El principito ha
vuelto
María Jesús Alvarado
Fotografías de Teresa
Correa
Itineraria
Las Palmas de Gran
Canaria ,2024
81 páginas
El desierto puede ser el
escenario simbólico de la soledad, del olvido, de la pureza y hasta de la
muerte por abandono. Se trata de un lugar en el que nadie desearía vivir, o al
menos nadie que esté en eso que la condición media de la sociedad llama su
sano juicio (escrito así, en cursiva). Todos queremos largarnos a una isla
del Pacífico, donde la primavera sea eterna, la alegría una constante, la mala
leche no haya llegado todavía, como no han llegado los misiles ni la corrupción
económica. Pero todos esos males sí aterrizaron en los atolones del océano que figura
ser el paraíso. A donde no llegan es al desierto, por eso lo eligieron los
anacoretas, Paul Bowles. Por esa razón Antoine de Saint-Exupéry lo escogió como
escenario para el encuentro con su Principito, a pesar de haber atravesado uno
de los episodios más complicados de su vida como aviador sobreviviendo en uno
de ellos. En realidad, el desierto es calma y es observación.
El desierto es, como bien
indican las autoras de estos apuntes que están trazados con frescura, el lugar
en el que sentimos que estamos forjando el mundo con nuestra respiración, con
la mirada, con el oído o con el silencio, que ahí vienen a ser lo mismo. El
principito ha vuelto es un libro lírico en el que se explora qué tiene en común
el desierto con la persona que lo está conociendo. La sensación continua de
espera, el misterio que uno no quisiera resolver o el reconocimiento de la sencillez
que debe tener un hogar se deducen del texto, de los textos, que culminarán con
lo que más merece la pena en las jornadas que pasamos en este mundo chingón,
que es la amistad. Lo demás, como lo saben bien los habitantes del desierto, es
escribir en la arena garabatos que más tarde se llevará el viento.
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