lunes, 15 de enero de 2024

HISTORIA DE UNA ISLA

 

Historia de una isla

Evgueni Vodolazkin

Traducción de Rafael Guzmán Tirado

Armaenia

Madrid, 2023

300 páginas

 



En un momento de esta novela, tan genuina como digna, varios personajes debaten acerca del significado de la historia como disciplina de estudio: Uno de ellos sostiene que es la descripción de la lucha entre el Bien y el Mal, añadiendo que puede considerarse como acontecimiento histórico toda victoria de una fuerza sobre la otra, ya que esas victorias determinan el estado espiritual de un pueblo. Sus rivales dialécticos consideran que esta hipótesis es un error, pues la historia refleja una cadena continua de causas y efectos, y que un acontecimiento histórico es aquel que cambia el curso de la historia. El primer personaje sostendrá, para sí, que estas cadenas se construyen solo a partir de eslabones que nos son conocidos, mientras que la mayor parte de los eslabones están ocultos. Es una gran manera de resumir la farsa de los estudios de historia, que no hablan sobre la gente, sobre los efectos de acontecimientos o de luchas en las personas, que son la mayoría de los pobladores del planeta y, por tanto, quienes deberían determinar en qué consiste la historia. Basta de teatro geopolítico, parece protestar Evgueni Vodolazkin (Kiev, 1964) en esta obra, La historia de una isla. Y para ello elabora una parodia de historia de un país que se inventa, próximo a Europa, pero lo bastante aislado por el mar como para que pueda regirse por leyes que no son las mismas que condicionaron el curso de los otros países del continente.

Este planteamiento permite al autor una libertad creativa que comenzamos a reconocer desde el primer apunte mágico, pues los sucesos no siempre van a tener la firmeza de la realidad tangible. Aunque no será ahí donde más lo percibamos, pues el plan narrativo que sigue supone la supervivencia de dos personajes a lo largo de 347 años. Esta pareja comenzará siendo la familia regente de la isla, pasará a vivir en el exilio y regresará a su lugar, pero ya para vivir una coda a su existencia. Sus voces se irán alternando con las de los cronistas que, estos sí, se van sucediendo en la redacción del libro de la isla, a medida que van falleciendo. Este libro, que se supone que es el que nosotros leemos, interrumpido por las aclaraciones o interpretaciones, o por comentarios complementarios, de los dos protagonistas, no está completo: comenzaremos sumergidos en una época medieval, de miedo a Dios, en la que la fantasía podría ser un acontecimiento que condiciona entonces, pero hoy sólo cabría interpretar como metáfora. Hay misterios, pero estos lo que hacen es incrementar el ambiente de aventura con el que se desarrolla el hilo narrativo, reflejando actos, sucesos, en los que el único motor de conflicto es la ambición. No se pretende profundizar en el alma humana individual, sino en lo que puede estar construyendo el alma de un pueblo. Asistiremos a guerras, epidemias, revoluciones, sobre todo tras el paréntesis de ciento cincuenta años que supone la desaparición de buena parte de la crónica. Pasaremos del medievo a un mundo en el que hay bombas y cine. Pasaremos de estar condicionados por la teología y el hombre pecador a una suerte de presidencias encadenadas, condicionadas por lo más significativo de cada regente o de cada momento: la apicultura, el petróleo, las revueltas, los minerales y el comercio, o las decisiones electorales.

La atmósfera del libro nos ubica en los límites de la cordura, tal vez porque el miedo es un factor desequilibrante y no hay personaje que no tenga los pies pisando ese charco. Vodolazkin ha querido meter todo el mundo y toda la historia de la región de Europa de la que él procede, Ucrania, en una novela, y para ello ha recurrido a reducir el espacio a una isla, porque cualquier otra escala más grande no sería una escala concebible para quien se mueve en la propia del ser humano. Y así nos ha regalado una de las novelas que debemos leer, porque su concepción queda fuera de lo que estamos habituados, y Vodolazkin sabe manejarse en esos espacios como si fuera él mismo el cronista real que asiste a la ficción.

 

Fuente: Zenda

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