Historia de una isla
Evgueni Vodolazkin
Traducción de Rafael
Guzmán Tirado
Armaenia
Madrid, 2023
300 páginas
En un momento de esta novela,
tan genuina como digna, varios personajes debaten acerca del significado de la
historia como disciplina de estudio: Uno de ellos sostiene que es la
descripción de la lucha entre el Bien y el Mal, añadiendo que puede
considerarse como acontecimiento histórico toda victoria de una fuerza sobre la
otra, ya que esas victorias determinan el estado espiritual de un pueblo. Sus
rivales dialécticos consideran que esta hipótesis es un error, pues la historia
refleja una cadena continua de causas y efectos, y que un acontecimiento
histórico es aquel que cambia el curso de la historia. El primer personaje sostendrá,
para sí, que estas cadenas se construyen solo a partir de eslabones que nos son
conocidos, mientras que la mayor parte de los eslabones están ocultos. Es una
gran manera de resumir la farsa de los estudios de historia, que no hablan
sobre la gente, sobre los efectos de acontecimientos o de luchas en las
personas, que son la mayoría de los pobladores del planeta y, por tanto,
quienes deberían determinar en qué consiste la historia. Basta de teatro
geopolítico, parece protestar Evgueni Vodolazkin (Kiev, 1964) en esta obra, La
historia de una isla. Y para ello elabora una parodia de historia de un
país que se inventa, próximo a Europa, pero lo bastante aislado por el mar como
para que pueda regirse por leyes que no son las mismas que condicionaron el
curso de los otros países del continente.
Este planteamiento
permite al autor una libertad creativa que comenzamos a reconocer desde el
primer apunte mágico, pues los sucesos no siempre van a tener la firmeza de la
realidad tangible. Aunque no será ahí donde más lo percibamos, pues el plan
narrativo que sigue supone la supervivencia de dos personajes a lo largo de 347
años. Esta pareja comenzará siendo la familia regente de la isla, pasará a
vivir en el exilio y regresará a su lugar, pero ya para vivir una coda a su
existencia. Sus voces se irán alternando con las de los cronistas que, estos
sí, se van sucediendo en la redacción del libro de la isla, a medida que van
falleciendo. Este libro, que se supone que es el que nosotros leemos, interrumpido
por las aclaraciones o interpretaciones, o por comentarios complementarios, de
los dos protagonistas, no está completo: comenzaremos sumergidos en una época
medieval, de miedo a Dios, en la que la fantasía podría ser un acontecimiento
que condiciona entonces, pero hoy sólo cabría interpretar como metáfora. Hay
misterios, pero estos lo que hacen es incrementar el ambiente de aventura con
el que se desarrolla el hilo narrativo, reflejando actos, sucesos, en los que
el único motor de conflicto es la ambición. No se pretende profundizar en el
alma humana individual, sino en lo que puede estar construyendo el alma de un
pueblo. Asistiremos a guerras, epidemias, revoluciones, sobre todo tras el paréntesis
de ciento cincuenta años que supone la desaparición de buena parte de la
crónica. Pasaremos del medievo a un mundo en el que hay bombas y cine.
Pasaremos de estar condicionados por la teología y el hombre pecador a una
suerte de presidencias encadenadas, condicionadas por lo más significativo de
cada regente o de cada momento: la apicultura, el petróleo, las revueltas, los
minerales y el comercio, o las decisiones electorales.
La atmósfera del libro
nos ubica en los límites de la cordura, tal vez porque el miedo es un factor
desequilibrante y no hay personaje que no tenga los pies pisando ese charco. Vodolazkin
ha querido meter todo el mundo y toda la historia de la región de Europa de la
que él procede, Ucrania, en una novela, y para ello ha recurrido a reducir el
espacio a una isla, porque cualquier otra escala más grande no sería una escala
concebible para quien se mueve en la propia del ser humano. Y así nos ha
regalado una de las novelas que debemos leer, porque su concepción queda fuera
de lo que estamos habituados, y Vodolazkin sabe manejarse en esos espacios como
si fuera él mismo el cronista real que asiste a la ficción.
Fuente: Zenda
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