Ficcionario
Ricardo Silva Romero
La Navaja Suiza
Madrid, 2023
374 páginas
En la segunda acepción de
magia, el diccionario de la Real Academia se contempla esta definición: Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.
Podemos desconocer a qué se debe ese encanto, ese hechizo o por qué nos atrae,
pero sí reconocemos la emoción. En realidad, no sería magia si consiguiéramos
explicar las razones por las que sentimos el magnetismo. Y cuando este llega a
suponer una pasión, no querremos desvelarlas, aun pudiendo. Pero del estudio del
amor, de los recursos que nos han llevado a emocionarnos, pueden surgir ensayos
que contendrán, a su vez, magia, como en este Ficcionario, de Ricardo
Silva Romero (Bogotá, 1975), donde se nos intenta revelar el sentido de la
narración, por qué la queremos tanto, venga en formato audiovisual o escrito.
«Y las novelas buenas —dijo Chesterton— nos dijeron las
verdades sobre sus héroes y nos sugirieron los misterios de sus autores. Y se
dedicaron a hacerse preguntas sin respuesta». Las respuestas que nos ofrece
Silva Romero entran de lleno en lo personal, aunque se refiera constantemente a
lo técnico y a lo táctico en los análisis. Nos habla de un conocimiento que
facilita herramientas de estudio, pero siempre deja la puerta abierta al
encanto y al hechizo: «Y es en ese pulso entre su persona y su personaje, en
ese pulso entre su rol de la vida y su rol del drama en cuestión, un pie en la
realidad y un pie en la ficción, en donde está el juego y está el arte. De lo
contrario es locura».
Hay una tierra de nadie, desde la que surge la magia, y que
Silva Romero defiende más como una ideología que como una ciencia. Pero el
estudio tiene que ser necesariamente científico y se nos entrega en pequeños
capítulos destinados a distintas partes: el clímax, el tema, la actuación, el
subtexto, etc. Silva Romero es partidario del drama, porque entiende que eso
significa intensidad y que vivir no tiene sentido si no se hace con intensidad.
Para incrementar ésta sin hacernos daño, tenemos siempre a mano el recurso a la
narración. Para Silva Romero el espectador de cine, o el lector, debe tener una
implicación activa. En su caso, dada su formación, esta atañe mucho, hablando
del cine, a los guiones, que es, junto a la aportación que hacen los actores,
donde encuentra una faceta más creativa. La creación y sus aportaciones se
verificará a través de la humanidad, de la variedad y de la riqueza con que nos
llegue, con que la sintamos: «Todas las artes son artes temporales y se dedican
al suspenso en cuerpo y alma». Vuelve, una y otra vez, con un ímpetu que nos
recuerda a Borges, a estudiar los recursos con que se representa la realidad y
se nos aleja de la realidad al mismo tiempo. Esa realidad que para él es el
sitio donde uno tiene hambre y cuentas por pagar y ganas de morirse. Nadie
siente la tentación de la muerte en una sala de cine, ni tampoco leyendo a Dostoievski.
Nos interesará la trama y nos interesarán los seres que se mueven dentro de un
mundo creado a través de la trama, y nos interesará la idea basal sobre la que
se asienta el relato. Todo ello divulgado con un estilo delicioso, propio de
alguien que no cree en géneros, que se aplicaría a la escritura de cualquier obra
con esta misma entrega, porque la otra magia en la que sí tiene fe es en la de
la escritura.
«Discutir la realidad es un arte y un juego de palabras y un
ocio —y es, sin lugar a dudas, una tentación que persigue al libro que usted
tiene en sus manos—», nos confesará al inicio. Y no nos va a decepcionar.
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