Un manicomio en el fin
del mundo
Julian Sancton
Traducción de David Muñoz
Mateos
Capitán Swing
Madrid, 2023
375 páginas
El problema es que
mientras toda la tripulación está preocupadísima por la supervivencia, el tipo
que comanda la expedición tiene la cabeza colgada el gancho para pensar qué va
a ser de él si regresa a su país sin haber llegado a la meta. Da igual si la
meta es casi un imposible, si llevan todo un invierno polar atrapados con la
carne cruda de pingüino como mejor alimento. El asunto es que el comandante de
este barco, el Bélgica, considera que en 1989 no se puede pisar el territorio
de sus vecinos, también belgas, sin haber puesto la bandera del país en las
balizas que marcan la ruta más al sur de la Antártida: «—Soy belga, y debía llevar un barco de vapor como el Bélgica
más al sur de lo que (el capitán James) Cook había llegado en su velero —le confesó De Gerlache al primer oficial, incapaz de
reprimirse—. Lamento que el resultado sea vernos atrapados, que Danco
haya muerto y que todos hayan enfermado, pero no tenía otra opción». Esta obsesión será el impulso sobre el que se centra la
aventura reflejada en Un manicomio en el fin del mundo, donde Julian
Sancton (Nueva york, 1981) reproduce la empresa, tal vez hazaña, de una
expedición que se ve atrapada entre los hielos.
La referencia al
Endurance y a Ernest Shackleton es inevitable y convierte a los protagonistas
de esta historia en sus predecesores. Aquí, en este relato, que es estupendo,
no hay una figura tan relevante como el aventurero inglés, pero al igual que
este estaba acompañado por personas de la capacidad de Tom Crean, nuestro
comandante, De Gerlache, que puede ser un poco peripatético, a juicio del
narrador, está perfectamente acompañado por quien entonces era la gran promesa
de las expediciones polares, Roald Amundsen, y un veterano que llegó a disputar
ser el pionero en alcanzar el polo norte, el doctor Frederick Cook. Ambos serán
el complemento y el contraste del hombre obsesionado, aislado, que vive en sus
ensoñaciones; ambos ofrecen el músculo y el ingenio, la eficacia y la bravura.
Sobre estos tres pilares Sancton crea un relato que sucede en un mundo muy
extraño, por su monotonía, y que supone una entrada en las debilidades humanas,
a través de la descripción del deterioro. Este manicomio, que sucederá mayormente
de noche, dará lugar a miserias, conflictos, agotamientos. Se nos irán
exponiendo los límites de lo humano, pero sin perder la ruta que marca la
necesidad animal de seguir respirando. La empresa en la que se embarcan será
romántica, pero sin evitar el mayor peligro que puede tener el romanticismo,
que es la ambición.
Sancton elige un orden
lineal y cronológico para desarrollar su relato, que es una recreación muy
minuciosa, un documental en el que la imaginación sirve para rellenar la
realidad. Es imposible pensar que lo que sucedió, sucedió de otra manera. Todo
encaja, todo se explica, tanto lo épico como lo afectivo. Sobre el tapete
blanco, una tripulación cosmopolita nos lleva hasta el final del aliento.
Sobrevivir depende de la suerte, porque los esfuerzos de los hombres son pequeños
arañazos en la piel del destino. Este tema, esta disposición será la que esté
presente en el desarrollo, por otro lado aparentemente objetivo y a un ritmo
tan elegante como de persecución, de la obra, que es una novelización de los
diarios que se pudieron rescatar, escritos por varios miembros de la
expedición. Estamos ante uno de los libros más magnéticos que hemos leído este
año, un libro que deleitará a los apasionados de la epopeya y conseguirá que se
adhieran a ella los lectores que hasta hoy preferían las baladas.
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