Una Odisea
Daniel
Mendelsohn
Traducción
de Ramón Buenaventura
Seix
Barral
Barcelona,
2019
410
páginas
Esta
obra, que sin duda será uno de los mejores libros publicados en nuestro país
este año, trata sobre el descubrimiento del padre, que conlleva también el
descubrimiento del hijo. Trata sobre la fragilidad de las ideas consumadas y los
movimientos eternos en los vínculos con la gente que queremos. Trata sobre la
imposibilidad de cerrar una interpretación y las versiones abiertas de las
relaciones familiares. Trata sobre la amistad, que es lo más humano y lo más
sagrado, a pesar de utilizar como hilo conductor La Odisea, el texto de Homero en el que los dioses actúan como
tales, como seres capaces de milagros, en contraste con aquellos dioses que
conocimos en La Ilíada, sujetos a las
mismas pasiones y a las mismas debilidades que los humanos. Este es un libro en
el que la enseñanza y el aprendizaje están en continuo movimiento, viajan de
ida y vuelta, de bulbo raquídeo a bulbo raquídeo, de corazón a corazón: “En
realidad, uno nunca sabe adónde nos llevará la enseñanza; quién la escuchara y,
en ciertos casos, quién será el que enseñe”.
La
obra se nos presenta como literatura testimonial: Daniel Mendelsohn (Nueva
York, 1960) es un profesor de literatura clásica y literatura comparada que se
dispone a dar un seminario sobre el viaje de Odiseo, sobre el regreso a Ítaca.
A dicho seminario asistirá su padre, un hombre de ochenta años, matemático, que
contrasta en sus formas e interpretaciones con las de los jóvenes estudiantes.
Frente a las clases abierta, en diálogo, sugiriendo, divergiendo a la hora de
interpretar el texto griego a partir de lecturas, de pura literatura, el padre
refresca toda la teoría de la interpretación literaria poniendo sobre el tapete
su propia vida. Nada es digno de ser considerado si no se tiene en cuenta la
condición humana, de ahí, por ejemplo, que en contra de todos los estudios
filológicos y literarios, el padre considere a Odiseo un cobarde. Para basar sus
opiniones en algo, recurre a su propio pasado. Nos hemos olvidado de los
vínculos entre la narración y la vida, y Mendelsohn, el padre y junto a él su
hijo que le rinde aquí un hermoso homenaje, abre el campo a la experiencia y
cree en las certezas. Al fin y al cabo, se trata de un matemático.
Mientras se va reseñando, a
varias voces y con múltiples connotaciones, La
Odisea, se desgrana el último viaje que hicieron padre e hijo: un crucero
por la ruta de Ulises, desde Troya hasta Ítaca. Una experiencia que el autor
guarda con mucha ternura en la memoria, como los descubrimientos que va
haciendo de su padre, el actual y lo que construyó al actual: su pasado. La
novela es de aprendizaje, de múltiples aprendizajes: el de Telémaco, el de
Odieso, el de Daniel Mendelsohn e incluso el de Jay Mendelsohn, su padre, quien
irá sorprendiéndonos a cada página y creará unas relaciones con los otros
alumnos que nos irán conduciendo a uno de esos finales en los que el autor ha
puesto sobre la mesa todo lo que es, todo el cariño que ha vertido y seguirá
vertiendo. La erudición se contagia de lo mundano y lo mundano va haciéndose
mayor a través de las experiencias narradas: se aprende a interpretar lo que
antes recibíamos de buen grado como una aventura. De este modo, el viaje se
transforma en la metáfora de la vida, el viaje del guerrero y el viaje de
retorno, el viaje hacia el hogar y la amada y el último viaje, el viaje
compartido, el compañero de viaje y todos los episodios que hemos vivido y que
nos han obligado a volver a nacer, todas las llegadas que no fueron más que
espejismos en una ruta que no tiene más sentido que el que Kavafis nos enseña,
precisamente, en su poema Ítaca, al
que también se hace referencia: Itaca te brindó tan hermoso
viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada
que darte. / Aunque la halles pobre, / Itaca no te ha engañado. / Así,
sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué
significan las Itacas.
“El viaje es
más importante que el destino”, resume Mendelsohn. “No es extraño que no pueda
soportar el hecho de que los dioses intervengan a favor de Odieso”, piensa el
autor cuando a mitad de libro reconoce de dónde viene esa extraña sabiduría del
padre, “Si necesitar dioses, no puedes decir que lo has hecho tú. Si necesitas
dioses, es que haces trampa. Y si algo sabíamos de mi padre era eso, lo que más
lo definía; él nunca hacía trampas ni mentía”. Ese es el punto de partida de
este libro, de este hermoso viaje, esta sensible e inteligentísima narración,
por los océanos de esto que, a falta de otro nombre, llamaremos la intención de
vivir, el hecho de estar vivo. Un libro fabuloso.
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