Simbad
Gyula
Krúdy
Traducción
de Adan Kovacsics
La
Fuga
Barcelona,
2019
158
páginas
El
nombre puede ser un cepo, una forma de cazar a la espera, una trampa que muerde
los tobillos. En una obra literaria, sustituye al rostro del protagonista, a la
imagen con que le conocemos. El peso de llamarse Ulises, por ejemplo, se suma a
la nobleza del nombre: uno parecería obligado a comportarse con respeto hacia
quien lo llevó por primera vez. El caso de Simbad es una propuesta arriesgada,
una invitación a la aventura en formato fantasía, al viaje inusitado, el de la
mente por los vericuetos de lo imposible. Tal vez el auténtico heredero de Simbad
en occidente haya sido Indiana Jones. Pero hay intentos anteriores, como este
conjunto de relatos, que en realidad configuran una novela, que se reúnen por
estilo, por temática y, sobre todo, por la presencia de la figura de Simbad, a
quien conocemos de niño y vemos crecer.
Los
primeros relatos configuran un Bildugsroman
en el que asistimos a lo que será la esencia del nuevo Simbad: es más lo que se
sugiere que lo que se narra. Las fábulas funcionan como un tiro, sin una
trayectoria al margen, directas a la intención de mostrarnos una educación
sentimental, una inquietud, que no obsesión, por las mujeres. En las obras de
aventuras, al menos hasta la fecha en que está escrita esta obra, al hombre se
le reservaba el viaje y la hazaña, a la mujer las aventuras de salón, los
lances amorosos. El cuerpo de uno era dinámico, el de la otra estática. Gyula
Krúdy (Nyíregyháza, 1878 – Budapest, 1933) otorga al varón el valor de la
aventura sentimental sin filos, de los encuentros con pasión o con amor, o con
intenciones de sumar una muesca más en el revólver de las conquistas, o con
auténtico enamoramiento, más divino que humano. Simbad es quien actúa y quien
padece. No siempre dueño del destino, que le lleva a vagas por las calles de
Buda y de Pest, y por el Puente de las Cadenas, que aquí cobra un sentido metafórico,
uniendo el mundo del sosiego con el de los amantes. Simbad no encuentra otra
forma de equilibrio que cruzar de un lado a otro. Y es que el equilibrio está a
mitad de camino entre la compensación y la descompensación. Krúdy decide que su
héroe cruce de una a otra y nos regala estos cuentos, relatos con una
ambientación costumbrista en los que no se desperdicia una sola frase en otra
cosa que no sea en aras de la narración, sobre la búsqueda y, por tanto, sobre
la soledad. Porque al final quien busca lo hace siempre solo, una imagen, como
la de Simbad, este, no el clásico oriental, que a pesar de la incitación a la
aventura conlleva un punto de tristeza. Tal vez debido a la imposibilidad de
abandonar, como diría Pascal, su habitación.
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