Fisiognómica
Pseudo
Aristóteles
Traducción
de Jorge Cano Cuenca
Mármara
Madrid,
2019
71
páginas
Este
breve texto, atribuido sin rigor a un tal Aristóteles que bien pudiera ser el
famoso filósofo, es un apunte en el que se desglosa el refrán que dicta que los
ojos son el espejo del alma. Teniendo en cuenta que los animales tienen alma y
que el ser humano contiene en sí un temperamento animal, se inicia un desglose
de características físicas con sus correspondientes atributos de personalidad: “de
qué clase de elementos se toman las señales (…): la fisiognomía opera a partir
de los movimientos, las posturas corporales, los colores, los signos de
carácter que se muestran en el rostro, los cabellos, la tersura de la piel, la
voz, la corpulencia, las partes del cuerpo y la forma del cuerpo entero”. Dicho
de otra manera, será imposible ocultarse al ojo del fisiognomista. Estamos desnudos, irrevocablemente, y eso que nos
creíamos libres.
El
autor, se apunta en el prólogo de Jorge Cano, es un “firme defensor de la idea
de que las afecciones del ánimo alteran simultáneamente el cuerpo y el alma y
que el cambio del cuerpo conlleva una transformación en la condición anímica y
de que el eidos corporal -las
características físicas- está indisolublemente vinculado a unos rasgos temperamentales”.
La idea de que la inteligencia no es única prerrogativa del cerebro se impone:
pensamos con todo el cuerpo, con todas sus células, pero somos mucho más que la
suma de estos pensamientos que en ocasiones llamamos emociones: miedo, ternura,
sensibilidad. De esta manera el autor crea una suerte de arquetipos, a los que
únicamente faltaría añadir aquellos rasgos que se vinculan con los gustos, con
la manera de vestir, por ejemplo, con la manera de lucirse o esconderse: “En
los seres humanos, la selección de signos es la siguiente. Quienes tienen pies
fuertes, grandes, articulados y nervudos son también de ánimo vigoroso: esto es
aplicable al género masculino. Quienes tienen los pies pequeños, estrechos y
poco articulados, resultan más gratos a la vista que fornidos y son más débiles
anímicamente: esto es aplicable al género femenino. Los dedos de los pies
curvos son propios de desvergonzados; también los que tienen las uñas curvas:
esto es atribuible a las aves que tienen las garras corvas. Unos dedos de los
pies apretados son propios de asustadizos: así sucede con las codornices de los
pantanos que tienen las patas estrechas”.
Este
es el tono que mantiene el ensayo, un intento de descubrir la naturaleza humana
vinculando al hombre con la naturaleza, un intento que concluirá diciendo que
los ojos y el entorno de los ojos son las características donde se muestra
mejor aquello que subyace, los lugares que suministran los rasgos más claros y “en
los que se aprecia la más plena evidencia de entendimiento”. Si es que la
persona con la que hablamos nos mira a los ojos y muestra estar entendiéndonos.
Porque resultará difícil la fisiognomía
aquí propuesta frente a la gente de pensamiento único y con una monomanía en
vigor. A estas alturas, fallecido hace tiempo Freud, esta lectura viene a ser
refrescante, una incitación a revivir la capacidad de observación.
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