Annapurna, la otra verdad.
David
Roberts
Traducción
de Neus Gimeno Gimeno
Tushita
Barcelona,
2018
270
páginas
Cuando
David Roberts (1943) se propone narrar la historia de la primera ascensión con
éxito a una cumbre de más de ocho mil metros, sus sospechas ya le han llevado a
una conclusión: Maurice Herzog, autor de
Annapurna, primer ocho mil, miente. No solo miente, sino que lo hace con
premeditación, con una estrategia planificada desde que se gestó la expedición.
Y no se limita a faltar a la verdad, sino que además lo hace por culpa de un
espíritu iluminado. Según las intuiciones de Roberts, Herzog se imprime a sí
mismo la convicción de un Mesías y esa imagen será la que le lance al
estrellato, la que le mantendrá con vida, con una buena vida, hasta que le
llegue la muerte. David Roberts es un periodista y alpinista especializado en
resolver casos abiertos. Ya habíamos leído Grandes
engaños de la exploración. Pero también es un autor que ofrece sus capacidades
a gente como Alex Honnold para intentar transmitir los fundamentos emocionales
de su pasión, como comprobamos en Solo en
la pared. Este libro se publicó en el año 2000 y desde entonces las aguas
se han calmado bastante. Parece haberse llegado a un consenso sobre el mito de
la expedición al Annapurna, en el que Herzog, efectivamente, no es el tipo tan
grande, el tipo que jamás comete errores, el tipo que decide, el líder
carismático, el que pacifica y pone tanto músculo como los demás, que se
retrata a sí mismo en su libro. Pero tampoco es un don nadie. Aquella
expedición holló la cima del Annapurna gracias a él, a su convicción, a su
resolución y a sus capacidades físicas. Si bien su aportación fue imprescindible,
también lo fue la de los otros miembros de la expedición, a saber: Gaston
Rebuffat, Lionel Terray y Louis Lachenal, sobre todo.
El
libro es un tributo a estos tres grandes guías alpinos. Es cierto, sí, que se cuestiona
la verdad oficial, sobre todo al leer un párrafo como este: “En 1998,
Foutharkey, uno de los pocos sherpas de la expedición que aún seguía con vida,
vino a París. La prensa acudió al evento y Herzog, que no lo había visto en cuarenta
y ocho años, le saludó brevemente. Justo después, Bernard George, que estaba
filmando un documental del Annapurna, entrevistó al sherpa. Con la ayuda de un
intérprete y en vos muy baja, Foutharkey comparó la opinión que su pueblo tenía
de Herzog con la de Sir Edmund Hillary, quien después del Everest se dedicó a
construir escuelas y hospitales para los sherpas: “Hillary es un héroe nacional
en Nepal mientras que Herzog no creo que lo sea… Estuve cargando a este hombre
a cuestas, hasta que empecé a notar que tenía sangre en la boca, y hoy solo
tiene cinco minutos para mí. No me lo puedo creer””.
Se
trata de un párrafo concluyente. No se refiere a terceros testimonios ni a
interpretaciones, no es parte de la investigación documental, sino el parecer
de un testigo y, lo que es más, de un testigo pobre, de un testigo que no
pretendía pasar a la historia, pues hasta desconoce en qué consiste la
historia. Aunque a lo largo del libro Roberts encuentra diferentes versiones y
muchas dudas, es aquí donde derriba el mito de Herzog. Y lo hace casi sin darse
cuenta. El libro, por lo demás, es una reconstrucción de las leyendas de Rebuffat,
Terray y Lachenal, los tres alpinistas que fueron sus faros, sucesivamente, en
su formación humana. Roberts comienza reseñando sus pasados, su construcción,
su formación y su desparpajo. Los ubica en el nacimiento no ya del alpinismo
modernos, sino del amor purísimo a la actividad al aire libre. Posteriormente
entramos en la expedición, en las decisiones cuestionables que se tomaron justo
antes de subirse al avión, como la firma de un contrato por el que Herzog
conservaba la exclusiva del relato, hasta el regreso a Delhi, trabado por el
ansia de Herzog de protagonizar alguna fotografía. Durante la exposición del
ascenso, Roberts no niega los valores y virtudes de Herzog, pero su intención
es sobreponer a los tres grandes y darles el relieve del que el propio Herzog
duda en algún momento de su libro. Lachenal se vuelve más astuto de lo que se
nos dibujaba, Terray un hombre con contradicciones además de una fuerza de la
naturaleza, Rebuffat un romántico insuperable.
Roberts
se entrevista con los familiares y hasta descubre manuscritos inéditos de los
tres, que le sirven para atar cabos. Su trabajo es encomiable, pero es mucho
más encomiable su amor por los amigos del Annapurna. Una vez cerrado el
capítulo de la expedición, y mientras narra el proceso en que destina viajes y
tiempo a investigar, Roberts les acompaña en sus logros posteriores: la resiliencia
de Lachenal, el buen espíritu deportivo de Rebuffat, los logros de Terray como
jefe de expedición. En tiempos revueltos, siguen perteneciendo a esa estirpe de
los hombres, tan escasa, que llevan la antorcha cuando nos adentramos en la
caverna. Ese es el resumen del espíritu de este libro: frente a alguien que
quiso deslumbrar, la luz que emitieron, que emiten, los tres amigos, es esa tan
escasa, tan poco habitual, que aparta las tinieblas. Es el tipo de luz que más
necesitamos. Por eso estamos agradecidos al esfuerzo que ha hecho David Roberts.
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