domingo, 11 de junio de 2017

OSO VS. TIBURÓN

Oso Vs. Tiburón

Cris Bachelder

Traducción de Enrique Maldonado Roldán
Automática
Madrid, 2017
241 páginas

Llega un momento en que un país solo puede ser leído como parodia. Tanto se ha leído, tan familiar es su paisaje, que cualquiera de las millones de versiones de parodias surgirán del reflejo del país cuando lo miramos. La otra opción sería conocer el corazón del corazón del país, y encontrarse con una cultura de la desolación que presume de su decadencia. Chris Bachelder (Minneapolis, 1971) opta por la caricatura. Y para ello se vale de dos de los emblemas más tradicionales, más culturales, en el sentido popular de la cultura, de los Estados Unidos: la carretera y Las Vegas.

La trama es muy sencilla: una familia se dirige a Las Vegas para acudir al espectáculo más ansiado en décadas: la segunda versión en vivo de una pelea de un oso contra un tiburón. Una nación que tiene a tal espectáculo por emblema, solo puede ser, como dice Bachelder, una nación de aperitivos y gasolina. Lo que nació como un videojuego pasa no ya a película, sino a show en vivo, un show tan colorista como sórdido. La gente que se alimenta de aperitivos y gasolina se toma la pelea muy en serio. La lectura metafórica es evidente. Como lo es la descomposición. Durante el trayecto, la familia emite cientos de millones de datos que ocupan la materia gris, inconexos, estúpidos como diálogos, aburridos como reflexiones. Da la sensación de que Bacheler haya puesto los diálogos, y las frases dentro de los diálogos, a fermentar en aperitivos y gasolina. De hecho, el mismo vehículo en el que viajan es un oxímoron: un todoterreno deportivo.
Dentro del vehículo, hasta la madre tricota en la play-station.
Uno se ve obligado a reflexionar severamente para darse cuenta de qué tipo de novela ha leído. La inmersión primera es la de asistir a un texto descompuesto a favor de la publicidad que todo lo contamina. Es un delirio, una de esas obras que dominan al autor. Pero existe un plan bien trazado para denunciar la forma en que se defiende el derecho a divertirse, cuando la diversión proviene del condicionamiento y el tiempo es frenético y breve. Así pues, solo cabe enunciar, anunciar con metatextos extraídos de lugares comunes en el retrato de los pirados con obsesiones. Hasta que llegan a Las Vegas, que es la metáfora del carácter y las aspiraciones de Estados Unidos. Y lo que consiguen es hacer el ridículo. Hasta el punto de bautizar como Darwin al anfiteatro donde tendrá lugar la lucha.
Pero Bachelder inventa mejor que nadie la definición de su novela, y la muestra citando a alguien que cita, a su vez, a un sociólogo desconocido: “Un pseudocontexto es una estructura inventada para dar a la información fragmentada e irrelevante una apariencia útil. Pero el pseudocontexto no proporciona acción, solución de problemas ni cambio. Es el único uso que le queda a la información sin ninguna conexión con nuestras vidas. Y eso, obviamente, es entretener”. No está mal el invento para una novela que, garantizamos, ofrece algo mucho más serio que el entretenimiento: nos advierte sobre en qué nos estamos convirtiendo.

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