El arreo de los
vientos
Israel Centeno
Kálathos
Madrid, 2021
155 páginas
El manierismo es siempre
una apuesta arriesgada. Esa tendencia que intelectualiza el arte, a la par que
con el subjetivismo muestra el ansia de libertad a través de la forma, que
contiene: dinamismo, gusto por lo insólito, contradicciones, metáforas
atrevidas, distorsiones, agudezas conceptuales y un afán ornamental. Todos
estos rasgos están contenidos en esta novela, El arreo de los vientos,
de Israel Centeno (Caracas, 1958). Se trata de una novela que no es nada
novelesca, una obra en la que la forma se come a la trama, en la que el ingenio
se sobrepone, gracias a esfuerzos inusitados, a la psicología, a los
conflictos. Ni siquiera los personales centrales, una mujer y un hombre, consiguen
salir con volumen del trance. Tampoco es esa la intención del autor, consagrado
a un espíritu libérrimo que nos recuerda, por momentos, a Julián Ríos. Aunque
no excede las reglas con tanto ímpetu como sucede en Larva, por ejemplo,
en esta obra se expone una muestra de alardes barrocos propios de quien quiere
agitar algo, tal vez las conciencias, en ocasiones la lucha de clases, a veces
el propio lenguaje y los límites de la imaginación y del intelecto. Centeno
crea una obra que pretende contar el mundo con la estrategia de sumar detalles.
De hecho, es la enumeración el punto descriptivo fundamental sobre el que se
asienta esta experiencia literaria.
Y para que el mundo
entero quepa en la obra, deberá caber cada época y todas las épocas, desde la
Viena de Freud a las embarcaciones de esclavos que abandonaban África en el
siglo XVI para encaminarse hacia América. Y también toda la geografía, que se va
concentrando en las páginas como se concentra la visión del planeta en el Aleph
de Borges. Para que todo esto tenga consistencia, Centeno se refugia en la
magia. Se siente la tentación de hablar de realismo mágico, pero el realismo ha
abandonado su lugar a una caricatura del realismo, sin que caricatura tenga un
sentido peyorativo, pues por condensación de datos, de ideas, de ingenio, es,
forzosamente, el recurso con que vincular el texto con la realidad. Una
realidad que así se va apareciendo ante nuestra memoria inmediata como un Aquelarre,
como un diseño de brujas nocturnas en etapa somnolienta, en duermevela. El
resultado es un texto mestizo, influido por la literatura y el arte de todos
los lugares, erudito y fragmentado, que hará disfrutar a quien entiende la
lectura como una liberación de las ataduras del malestar que nos alcanza a
todos.
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