Naturalmente urbano
Gabi Martínez
Destino
Barcelona, 2021
167 páginas
“A la persona que circula por la calle la denominamos “peatón”. Un cambio pasa por volver a llamarla “ciudadana”. Por que la ciudad crezca a partir de las personas. Y ese cambio hay que hacerlo, casi me cuesta escribirlo, rápido.”
Gabi Martínez se remite a
los modelos históricos de ciudad para reconocer de dónde venimos y en qué
momento se contaminó hasta la nomenclatura. La ciudad medieval se encerró en sí
misma, en sus calles estrechas, en una formulación claustrofóbica; la ciudad
del absolutismo es agorafóbica con sus enormes avenidas y edificios monótonos;
la ciudad del barroco es sobrecargada y sacrifica lo humano al tráfico. Lo que
desaparece es el ciudadano, que reclama, por ejemplo, cuando trata el asunto de
la infancia, de los niños en la calle, que es un termómetro para calibrar la
habitabilidad de una urbe. Como lo son, por otro lado, los animales presentes
en las calles, en los edificios, indicadores de una salud ecológica que todavía
podemos conservar: “Ver saltas a una ardilla o jugar a adivinar la especie que
profiere el trino que escuchas aporta ese tipo de riqueza inmaterial que da
ganas de seguir viviendo”. El comportamiento del ciudadano se asemejaría al de
Marcovaldo, el personaje de Ítalo Calvino que hallaba rastros de naturaleza
entre el cemento, o al de Robert Macfarlane, que en Naturaleza virgen no
necesita alejarse cientos de kilómetros de la ciudad para acariciar las
cortezas de los árboles o bautizarse en las aguas renovadas.
A falta de otra palabra,
el concepto tras el que camina el hombre urbano que anhela Gabi Martínez, es el
de la felicidad, y su propuesta pasa por ser silvestre, olvidarse de esas intenciones
de ser sublime, con o sin interrupción, con que nos han aturdido tantos años de
educación formal y de educación religiosa: “Nuestras imperfecciones dan una
oportunidad a otros seres cuya presencia, aunque a veces no lo parezca,
enriquece el conjunto. Una ciudad algo imperfecta se aproxima a la textura
humana”. Entre las fuentes que ha consultado Gabi Martínez para llegar a estas
conclusiones, está la experiencia propia. El libro comienza con un episodio de
pérdida de audición, pero en él también se refleja, por ejemplo, cómo mide el
paso del tiempo en la gran ciudad, cómo lo mide caminando Nueva York, que es el
epítome de nuestra civilización y donde la dimensión del tiempo es menos
humana. Y el tiempo está vinculadísimo a la necesidad figurada de transporte,
que a ser posible conviene que sea individual y múltiple, contaminante y nervioso:
“Que un sistema sano se basa en las dependencias mutuas, en el maravilloso
juego de equilibrios que propone la biodiversidad. Basta echar un vistazo a la
ciudad para constatar que el monocultivo del coche desequilibra por completo la
vida alrededor”. De alguna manera, atenta contra lo que deberíamos preservar
por encima de todo, que son los restos de dignidad que todavía conservamos o
que podemos recuperar, y que se adecúan mejor al modelo de supermanzana: “Jacobs
(se refiere a Jane Jacobs, teórica del urbanismo) piensa que los ojos de los
vecinos tejen un clima de confianza, una red de seguridad mejor que la de
cualquier cuerpo policial, y que hay que aprovechar esa confianza para disfrutar
del entorno. Vivir con confianza tiene repercusiones profundas, y una de ellas,
fundamental, es pensar ciudades que puedan transitar niños solos”. Volvemos a
los niños como sistema, eje y síntoma regulador. Tal vez en ellos es donde
mejor podríamos reconocer ese afán de dignidad al que todavía podemos
agarrarnos, el que nos ayudará a reconsiderar con fuerza la ciudad y a poner en
marcha propuestas como las de Gabi Martínez, que leídas superficialmente pueden
parecer un poco vehementes, pero sumergiéndose en ellas encontramos mucha
sensatez.
Fuente: Revista de letras
No hay comentarios:
Publicar un comentario