Jack
Marylinne Robinson
Traducción de Vicente
Campos
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2021
331 páginas
Su tiempo para aislarse
es la noche y uno de sus lugares predilectos será un cementerio. Será allí
donde este joven, de raza blanca, conozca a Della, una mujer de raza negra de
la que se enamorará, ahora sí, sinceramente. Comenzará entonces un cortejo que
será sencillo, aunque largo, en lo personal, y será imposible en lo social. No
cuenta con el beneplácito del gueto ni de la iglesia, hermética y cabezota, a
la que pertenece Della. Nos vemos paseando, junto al protagonista, por unos
barrios en los que la humanidad ha demostrado esa fea tradición de sancionar
cada error para convertirlos en ley y en costumbre.
Jack y Della comienzan
teniendo una conversación sobre el determinismo que nos resultará extraña, a no
ser que tengamos en cuenta que el personaje de Jack ya había aparecido
anteriormente y es hijo de un reverendo. Sus referentes, que serán los que
fluyan a través de todo el texto, son grandes poetas como W.H. Auden o Robert
Frost, pero, sobre todo, Shakespeare, a quien recurre Robinson con frecuencia: Hamlet
aparecerá constantemente citado por los personajes, al margen de ser una de sus
obras, Romeo y Julieta, la que está detrás del detonante de la
situación. No sólo la diferencia racial será una opresión, también oprimirá la
religión las otras diferencias, como la pérdida de referentes familiares de él,
frente al anclaje sin cuestionar al que está sometida Della. La muchacha no
padece la soledad que enferma, como sí la sufre Jack, que se verá obligado a
reinventarse para salir de ese mal. En realidad, el tema de la novela, como
consecuencia de los empujes a los que se ven sometidos los cuerpos y las almas
de los protagonistas, será el amor propio. Bajo la premisa de intentar
respetarlo, el cortejo de Jack resultará sano en cuanto a lo que atañe al amor,
a la relación con la muchacha, y una neurosis dentro de la que nos golpeamos
una y otra vez la cabeza contra las paredes de una habitación cerrada, en lo
que se refiere a la sociedad. Cortejar a la sociedad para enamorarla es
imposible.
Robinson idea una
representación concreta de la autoestima, que es el sombrero. Pocas cosas se
han ideado más ridículas, entendiendo el ridículo como la posibilidad de un
chiste, que un hombre corriendo detrás de su sombrero. Da la sensación de que
Jack viera en el sombrero reflejado su verdadero hogar, su espíritu, su
dignidad. Sin el sombrero, está expuesto a avergonzarse. Sin el sombrero,
siente emociones como la culpa o la tentación, maldiciones que se relajan por
la noche y en el cementerio, donde se siente en paz. Esta brega, tanto la
exterior, al del cuerpo, como la interior, la del alma, basta para construir
una novela en la que Robinson nos mantiene dentro con idéntico ardor al que
había construido en anteriores obras, luchando con y contra un protagonista que
no es simpático, pero al que no podemos si no desear la mejor de las suertes,
pues nadie se merece que el destino se le tuerza cuando las intenciones son
consecuencias de un enamoramiento. Al parecer, la hermética ceguera de la
sociedad puede imponerse, esa ceguera que acude a la palabra tradición para no
arrancarse la venda de los ojos.
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