Hong Kong bajo la
lluvia
Blas Piñero Martínez
La línea del horizonte
Madrid, 2023
230 páginas
Que la lluvia es un
fenómeno que siempre ocurre en pasado es una idea que expresó Borges en uno de
sus mejores poemas. La idea de enroscar la lluvia a la memoria sólo nos puede
remitir a la melancolía. Pero el fenómeno muta cuando esa melancolía se refiere
a un acto presente, como es el de caminar, el de estar caminando por unas
calles que uno va conociendo. Uno está aprendiendo a la vez que siente que ese
aprendizaje ya forma parte de su pasado, de los buenos sentimientos que le han
construido, que le están construyendo. En Hong Kong la lluvia sucede, sobre
todo, en los meses de julio y agosto. Eso nos recuerda Blas Piñero en este maravilloso
retrato de la ciudad, uno de los mejores libros sobre los nervios de una gran urbe
que hemos podido leer. En verano, bajo la lluvia, reconoce los lugares y nos va
dando buena cuenta de sus impresiones y de sus conocimientos. Es el libro de un
flâneur, pero también de un intelectual: «El paseo, además, nos devuelve, y
esto es importantísimo en la vida urbana, la experiencia física de la ciudad en
un mundo como el de hoy, digitalizado y deshumanizado (…). Y tal vez es la creación
de la calle o la promenade junto al mar loque origina constantemente un
espacio de humanidad en Hong Kong». Y así Piñero nos devuelve a uno de
los grandes sentidos de pasear pensando, que es el humanismo.
Conocido por sus
traducciones de Mo Yan o Can Xue, ahora Piñero se muestra como un autor abierto
a la sorpresa, que no cesa de recordar que los beneficios de la sorpresa no
suceden sin esfuerzo. Para dar testimonio, para ser testigo, uno ha de moverse.
No se puede dar fe quedándose quieto. Y así no sólo se mueve en el espacio de
la ciudad, sino también en la historia y la cultura. Lo que importa es ir
concibiendo a qué se debe esta identidad propia de Hong Kong, que es tan
difícil de definir, que no sabemos si ha conseguido consolidarse más allá de la
intriga que provoca. En estas páginas se nos hablará de la herencia cultural,
muy plural, de la urbe y sus habitantes, por se China y por haber sido colonia.
Se estudiará, y mucho, el urbanismo y la arquitectura, que configuran el
paisaje sobre el que habitamos y, por tanto, nuestro carácter. Se destilarán
las leyendas como ideales y se pisará el territorio donde habita gente que
debería ser corriente, que es corriente en sus estándares, pero sorprendente en
los nuestros. Piñero se muestra como un observador que no se esconde, que
participa, que intenta trepar a todas las ramas del árbol, y que termina por
confesar que no puede ser sino subjetivo, que a pesar de tanta idea acumulada,
sólo puede hablar de impresiones, de lluvia en verano: «Ahora que lo pienso, los hongkoneses crean espacios que luego
los crean a ellos, y esto crea a su vez la sensación de estar viviendo lo que
se ha vivido: el aprendizaje de la resistencia».
Tal vez sea la soledad
del narrador lo que obliga a configurar el libro en fragmentos, que son tan
atractivos que resulta imposible obviar ninguno. O talvez se deba a la propia
configuración de la ciudad y al tiempo roto que se impone en la ciudad. La única
forma de averiguarlo sería viajar a Hong Kong y relatar desde allí, y después
de varios meses de estancia, la experiencia propia. El libro nos invita a ello,
y eso es el mejor elogio que se le puede hacer a un libro de viajes.
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