Laudatio Naturae
Joaquín
Araújo
La
línea del horizonte
Madrid,
2019
234
páginas
En
la escuela de la sabiduría no se arrancan las raíces que unen a lo bello y a lo
triste. No es un lugar donde el razonamiento sea el vehículo sobre el que se
monta la comunicación, porque hay más nebulosas que certezas. Aunque, eso sí, la
estupidez queda fuera de contacto y la estupidez se define por el horror y la
rabia, las hermanas asimétricas de la belleza y la tristeza. Sobre esos pilares
de sabiduría Joaquín Araújo (Madrid, 1947) ha ido construyendo, a lo largo de
cincuenta años un proyecto que tiene algo de literario, aunque el mejor
personaje de esa literatura sea el propio agente, el propio Joaquín Araújo.
Esta recopilación de aforismos, de poemas, de rezos, vuelve a demostrar la
generosidad innata de Araújo, un carácter que, como el universo, tendrá
límites, pero está en expansión y esta expansión apunta a todo lo hermoso, a
todo lo digno de respeto.
El
amor por Gaia parte de un hecho incuestionable: yo soy Gaia. De esta forma, la
naturaleza pasa a ser coautor del libro. Además de todos los otros escritores
que intervienen en cada uno de los capítulos en que se divide esta muestra de
serenidad: Julio Llamazares, María Sánchez, Antonio Muñoz Molina, Antonio
Colinas, Eduardo Martínez de Pisón, José Antonio Marina, etc. Los elogios que
dedican al histórico naturalista nos hablan en un tono casi elegíaco de lo
mejor de nosotros mismos. En ese sentido el libro es una Laudatio, sí, pero también un lamento: es bello y es triste. Nos
habla de la sabiduría de estar en el mundo y esta sabiduría tiene su sustrato
en la contemplación. Nos habla de cómo habitar el mundo poéticamente y no nos
engaña, pues ese mundo poético es cada vez más escaso.
Araújo
ha creado un misticismo sin artificios, sin autohipnosis: escuchar cantar a los
pájaros, renegar del reloj, pensar que la vida es sobre todo vacío y que el
universo es sobre todo vacío, la compañía de los árboles y los perros, toda una
serie de principios que uno llamaría éticos si no temiera alterar la humildad
de Araújo. Porque este libro, estos paisajes breves, este bosque de frases, es
un último intento de explicarse a sí mismo. Y cuando uno se sienta a escribir y
concita a la memoria, al final no puede sino fabular para llenar los huecos de
tantas cosas que no ha podido explicar. Esa es la paradoja de escribir sobre la
naturaleza: la limitación del lenguaje, y hasta la limitación de la experiencia
propia. Porque la convicción de que somos naturaleza y es en la naturaleza
donde nos reconocemos, no deja de ser intuitiva, una nebulosa, un bienestar al
que rezamos y con el que deseamos convivir, pero sobre el que resulta
complicado escribir un ensayo. Poesía sí, mucha, que es el género propio de la
naturaleza, venga en forma de verso, de diario o de elegía. O, como en este
caso, de un deseo extremo, el que se corresponde a la lucha por una forma de
vida que se debería imponer entre los hombres; en este caso, que todo el mundo
consiguiera convivir con la naturaleza, como lo hace él, es una expresión de
una parusía, ese advenimiento que aguardan quienes practican ciertas religiones,
el que nos transportará a la forma definitiva de la felicidad. Pero que está en
nuestras manos elegir, vivirlo antes de que se haga demasiado tarde.
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