Eden City
Jaim
Royo
Ediciones
del Viento
A
Coruña, 2019
175
páginas
El
jardín del Edén es una metáfora. Es una ilusión. De seguir existiendo, se
habría transformado en una mala praxis por parte de los humanos, demasiado
dueños del territorio. Seguramente ya habría dejado de ser un jardín, habría
dejado de ser naturaleza, y estaría en poder de promotores y otros
industriales, que explotarían la ciudad para lucrarse. Y, mientras tanto, el
resto del planeta se dirigiría hacia un apocalipsis fragmentado. La suma de muertes
por culpa de la guerra religiosa, o cultural o fanática, a la que se suman los
desastres naturales, no supone un gran avance en las posibilidades de una vida
con más belleza.
El
mundo se va al garete mientras Humphrey Bogart e Ingrid Bergman toman champán
en el centro de París. La ciudad es un caos donde nos hemos creído que la
neurosis es una forma natural de ordenar lo humano, eso que llamamos
civilización, todo lo que no procede directamente de la naturaleza. Más allá de
la frontera de la ciudad, reina el miedo. Las noticias son un escándalo para ese
sustrato de temores que cultivamos y que nos sirve para refugiarnos en nuestras
conchas.
Así
es como se va desarrollando esta novela, Edén
City, en forma de poliedro y con un ritmo de acción en el que no se nos permite
una frase de descanso. La impresión que se nos revela apunta a un tono más bien
ligero, tal vez irónico. Pero la esencia es demasiado seria: terrorismo, terremotos
y la tiranía de las grandes compañías. Aunque tal vez lo más interesante surja
cuando se nos habla de lo más inmediato, de lo que reconocemos como nuestro:
una extraña historia de vínculos, que no nos atrevemos a llamar amor aunque
deseamos que así sea, entre los dos personajes protagonistas, seres con nombres
extrañísimos, producto de ese derroche de imaginación que es la mente de Jaim
Royo (Madrid, 1971). Una imaginación puesta al servicio de un retrato de una
época, la nuestra, hoy, sobre la que ignoramos demasiadas cosas, es posible que
todo. Por eso al terminar de leer la obra quedan esas preguntas de siempre, cuestiones
sobre las que han fallado tantas y tantas respuestas.
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