El tiempo del vacío
Jokin
Azketa
Desnivel
Madrid,
2019
248
páginas
Convencido
de que la gente es buena, en el buen sentido de la palabra bueno, Jokin Azketa
sigue elaborando un proyecto literario con el paisaje de la montaña como parte
de la construcción de la personalidad. Incluso en un caso como el de El tiempo vacío, en que se nos presenta
un caso de intriga con asesinatos que resolver, la bonhomía se impone: en la
cortesía con la que se relacionan los protagonistas, que no puede ser una
invención social, en la fragua de una nueva amistad entre dos personajes dispares,
en las intenciones de buscar lo mejor para los desconocidos que,
paradójicamente, existen incluso en la motivación del criminal. Porque éste se
debate en el conflicto ético de la protección de los bienes comunes, la
naturaleza, y es consciente del daño que a ella le provoca el exceso de gente,
los descuidos de la humanidad, la basura que derramamos. Así pues, se plantea
del debate sobre los límites de los círculos de protección de dos tipos de vida
que parecen haberse alejado de forma irreversible: la humana y la natural. Tal
vez la deriva del mundo termine con el exterminio de una de las dos, pero
confiamos, en cualquier caso, que no sea a base de precipitar aleatoriamente a
senderistas por los barrancos de Pirineos.
La
novela se resuelve en varias voces, la de los dos personajes más importantes,
que llevan la mayor parte de la carga narrativa, con ocasionales intervenciones
del antagonista, que permanece siempre escondido, disfrazado, camuflado,
invisible. Es alguien que observa, aunque se trate del impulsor de la acción. Una
acción que tiene por caracteres a un directivo de la federación de montaña y un
investigador privado. Ambos muy amigos de la charla, otro detalle que habla
sobre la confianza en el ser humano de nuestro autor: los buenos hablan entre
sí, mucho, con confianza, con ánimo, con optimismo, sin desfallecer, mientras
que el supuesto asesino solo se descarga por monólogos interiores o con cartas.
Unos representan lo mejor del ser humano, el compañerismo, el otro padece una
soledad sin ninguno de sus privilegios, monomaníaca y sórdida a pesar de la
montaña.
Buena
parte de la obra está resulta sobre el diálogo, al menos la parte
contemporánea, pues hay una suerte de investigación histórica en la que
participa la legendaria figura del Conde Russell, el padre del pirineísmo, y
unos soldados del ejército nazi, en unos episodios que mantienen el pulso
narrativo con más contundencia, tal vez porque en unos episodios predomine los
psicológico, la tarea de personajes, mientras que en otro la narración se
permita comulgar con la crónica, aunque contenga dosis altas de ficción. En
cualquiera de los dos momentos, la obra contiene un espíritu cartográfico: la
representación de los Pirineos, sus mejores rutas, sus lugares emblemáticos,
sus cumbres y sus valles, sus rincones adorables, y el respeto a cada una de
las rocas y a cada una de las raíces y las nubes, navegan por las emociones de
los protagonistas. Uno de ellos, el investigador privado, es un novato en el
mundo de la montaña. Gracias a su ignorancia, podremos viajar por una de las cadenas
montañosas más amables y agradecidas del mundo.
Y
sí, están las intenciones de crear una obra de intriga, un relato que va cobrando
interés a medida que avanzan las páginas. Al fin y al cabo, no somos inmunes a
la suerte de unos protagonistas cuyas cualidades humanas nos van ganando muy
poco a poco. De otra manera, la hipótesis de Jokin Azketa, la confianza en la
bondad de los hombres, no se sostendría. Y es una hipótesis que nos interesa
sostener, por mucho que la gente nos arroje ladrillos a la cabeza.
Fuente: La línea del horizonte
Fuente: La línea del horizonte
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