La tormenta perfecta
Sebastian Junger
Traducción de Eduardo
Jordá
Libros del Asteroide
Barcelona, 2023
292 páginas
A través de la crónica conseguimos que los sucesos y sus protagonistas no se queden en historias que nos llegan desde más allá del jardín. Hay que procurar que el relato esté vivo, porque los protagonistas son, o han sido, personas enganchadas al oficio de vivir, con ganas de sacar partido a sus días y a sus noches. Conviene celebrar cualquier atisbo vital, y para ello el cronista debe sacar toda la potencia que se oculta tras los sucesos que motivaron que esta crónica mereciera la pena ser narrada. Como es el caso de esta, La tormenta perfecta, que Libros del Asteroide recupera en una nueva traducción de Eduardo Jordá. El propósito de Sebastian Junger (Belmont, Massachussets, 1962) es claro: mostrarnos que el oficio de pescador, que desde la distancia puede ser romántico, es una brutalidad llena de peligros. Aun así, se merece un reconocimiento, uno como éste, que participa de un pequeño empuje que busca que se mejoren las condiciones de la industria de la pesca.
La cuestión estratégica
que Junger debe resolver es cómo conseguir una crónica de un acontecimiento del
que no quedan testigos: un grupo de hombres sale a pescar y se ve devorado por
una tormenta de proporciones descomunales. No queda rastro de ellos ni de la
embarcación. ¿Qué puede relatarse? Junger es capaz de regresar siglos en el
tiempo para explicar la dureza del oficio, para exponer cómo es el ambiente en
el que viven los pescadores de alta mar, y al momento aclarar los pormenores
técnicos de la navegación o darnos una lección sobre la meteorología de las
grandes tormentas sin perder en ningún momento el ritmo. Sin embargo, serán los
protagonistas, que en la primera parte del libro son los miembros de la
tripulación, quienes nos atrapen, antes de ir dejando que ese protagonismo lo
cobren supervivientes de otras tormentas o, en uno de los últimos capítulos y
tal vez el más sobrecogedor, el valor de los miembros de los cuerpos de
rescate, que protagonizan unas secuencias que llegan a provocar una angustia
casi física en el lector. La exposición final que hace Junger, enlazando con
fuerte potencia todos los elementos, nos hablaría de una aventura salvaje, de
no ser porque se está refiriendo a la supervivencia. El resultado es un texto
sórdido, duro, embriagador, serio e inhóspito. Pero del que no podemos
alejarnos mucho tiempo durante la lectura, para quedarnos, finalmente, con la
duda acerca de la suerte de estos tipos, no por su destino, que es claramente
el final de una vida, sino por cómo vivieron esas últimas horas, cómo actuaron,
qué se les pasó por la cabeza. La aparición de protagonistas de supervivientes
de casos paralelos ayuda a hacerse una idea, pero no es definitiva.
Por momentos, resulta
inevitable recordar algunos otros relatos del mar, y sobre todo Moby Dick.
Principalmente cuando el autor abandona un poco los relatos, esa periferia que
termina por formar el núcleo de la crónica, para adentrarse en detalladas
explicaciones. Pero si uno puede permitirse leer la obra maestra de Melville
saltándose los capítulos en los que se expone la técnica de navegación y caza
de los balleneros, en este caso Junger consigue darle incluso a esos momentos
una energía que nos hace pensar que tampoco debemos perdernos ni siquiera uno
de esos párrafos. Y también es imposible no pensar en Conrad, porque, al fin y
al cabo, será el infierno del mar lo que genere la necesidad del relato,
representado en su expresión más violenta, aunque Conrad fue capaz de
demostrarnos, en La línea de sombra, que el infierno puede ser la calma.
En cualquier caso, haber traído a colación tanto a Melville como a Conrad nos
hará concluir que este libro también forma parte de los cánones de la
literatura del mar. No existe mayor elogio.
Fuente: Zenda
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