Arenas de Arabia
Wilfred Thesiger
Traducción de Gracia
Rodríguez
Capitán Swing
Madrid, 2023
381 páginas
Lo comentó Séneca: no desear es lo mismo que
tener. Lo expresa Wilfred Thesiger (Adis Abeba, 1910 – Londres, 2003) en la
cita que en esta nueva edición de Arenas de Arabia se utiliza como
colofón: «En el desierto
había encontrado una libertad inalcanzable en la civilización; una vida libre
de posesiones, ya que todo lo que no era una necesidad era un estorbo». Este espíritu libre, porque la libertad supone
desprenderse, reducirse, porque la libertad a lo que más se asemeja es a la
respiración, sigue haciendo de esta obra uno de los mejores libros de viajes de
la historia. De hecho, al terminar de relatar su periplo de cinco años por el
territorio vacío, Thesiger confiesa sentir que va al exilio, y nosotros con él.
El libro es una historia de amor en la que no existe ni una sola frase cursi,
ni una sola confesión de enamorado. El libro narra, porque es todo relato, es
todo experiencia, es todo observación y sucesos, es, también, todo memoria, la
memoria de un narrador de raza que apenas cuenta con unos apuntes para
reproducir aquello que vivió. Pero cuenta con la potencia de la necesidad, esa madre
que impone a la obra un marchamo de sinceridad que, en este caso, se ajusta a
lo que encontró Thesiger en el desierto de Arabia: «Me he sentido solo en colegios y ciudades europeas donde no
conocía a nadie, pero nunca entre los árabes».
Sus compañeros de viaje
son el desarrollo humano de la lealtad, que era, a juicio de Conrad, la mayor
de las virtudes humanas. Y los desconocidos buscarán ser, a su vez, compañeros,
es decir, hacer compañía, pues no entienden que del encuentro entre dos
personas sólo salga un reconocimiento de paisanaje. Si bien la supervivencia en
el desierto implica, a su vez, estar atento a los bandidos, que no dudan en
disparar contra la víctima. Estamos en un territorio de aspecto cruel, porque
es duro vivir allí, o es duro para nuestros cánones, pero estamos en un
territorio que sin duda hechiza. Es un lugar donde se encuentra la paz de la
soledad y la camaradería en un mundo hostil, es un lugar de contradicciones.
Allí va a dar con sus huesos este aristócrata que nos entregará un documento
etnográfico, cartográfico y ético. Estamos explorando los límites de todo: de
la posibilidad de mantenerse vivo, de las tensiones que podría uno sentir
dentro de su cabeza, del clima y de la aspereza. Y es en los límites donde es
más fácil reconocer el dolor y el dolor, ya lo sabemos, está muy vinculado al
crecimiento, al cambio, a la mejora ética.
La importancia de
camuflarse y de permitir que los amigos te camuflen, es fundamental en el
espíritu de este explorador, pues explorador es, para nosotros, aquel que sale
adelante en las condiciones que nos son inhóspitas, pero donde habita otra
gente que merece mucho respeto. En este caso, la reivindicación de su alma, a
través del ejemplo que dan al explorador constantemente, es el equivalente a la
llegada a las grandes cumbres de los alpinistas. Solo que en esta ocasión ese
momento supremo no sucede de golpe o al final, porque está sucediendo poco a
poco a lo largo de toda la obra, a lo largo de los cinco años de viaje. Uno se
pregunta si no estaremos frente a uno de los relatos más épicos que se han
creado, porque será el amor el combustible que sirva para mantener en marcha la
acción, porque pocas cosas hay más gratificantes que darse cuenta de lo poco
que uno precisa para vivir, que el mejor hogar no parte de poder disponer de un
terreno, sino de poder caminar por todo el territorio. Y al cerrar el libro,
uno siente que, efectivamente, su propia casa es su propio exilio.
Fuente: Zenda
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