Los diarios del opio
David Jiménez
Ariel
Barcelona, 2023
270 páginas
Vuelve a ser la felicidad
lo que nos pondrá en marcha. La palabra apenas aparece en toda la obra, pero el
concepto fluye a través de lo que motiva a sacar adelante cada una de las vidas
que se describen. No se alcanza la felicidad, en casi ningún caso, porque la
felicidad no es un absoluto, porque de alcanzarla no sabríamos qué hacer con
ella. Pero sí existe la promesa de felicidad y, como consecuencia de ello, la
búsqueda de la felicidad. Y esta búsqueda es activa. La felicidad no nos va a
pillar sentados, no va a venir a hacernos una visita. El mundo es inmenso y ahí
fuera, en algún lugar, debe de estar el momento en que seremos felices.
Llegaremos a tocarlo con los dedos y se esfumará, pero saber que existe nos
permitirá volver a retomar los remos, a buscar los vientos, a poner en marcha
el mecanismo de los sueños y convencernos de que sí es posible concedérnosla.
La búsqueda de la felicidad es el primer derecho que uno se debe conceder a sí
mismo. De esto trata este libro, este Los diarios del opio, que David
Jiménez (Barcelona, 1971) ha escrito con eso que uno se atreve a llamar pasión.
Pasión por llevar a cabo el objetivo de buscar la felicidad.
David Jiménez fue corresponsal
en Asia durante dos décadas y ahí sitúa el contenido de la felicidad. Él nos
habla de misterio, del misterio de Asia, del misterio del extremo oriente, de
las otras culturas que tanto llaman la atención de los viajeros y de los
turistas, un mercado por el que no siente demasiado aprecio. Para ello se refugia
en los incontestables perfiles de varios de nuestros autores favoritos:
Somerset Maugham, Conrad, Kipling, Orwell, Alexandra David-Néel, Martha Gelhorn,
Graham Greene, Manu Leguineche, Nicolas Bouvier y Tiziano Terzani. Con ellos
comparte la sensación de que Asia y el viaje serán el medio para llegar a la
felicidad. Pero todos ellos, incluido David Jiménez, son conscientes de que no
existe diferencia entre el fin y los medios. De ahí que cuando uno llega a ser
feliz, sienta cómo se le escapa la emoción y para recuperarla, porque no la ha
entendido ni ha entendido por qué no se queda, recurra al concepto de misterio.
El viajero, nuestros viajeros, se mostrarán tal vez cansados de sí mismos, pero
no de sus sueños. Con diferentes ánimos, desde el colonial al existencialista,
desde el de la denuncia al espiritual, no cesan de luchar, pero esta lucha es
el agradecido viaje y la agradecida literatura.
David Jiménez traza unos
perfiles que en buena medida ya conocíamos, pero que estamos encantados de volver
a recordar. Y junto a ellos, nos habla de su propia experiencia, seleccionando
momentos álgidos, días y kilómetros que nos hubiera gustado compartir con él.
El mundo se ha ido haciendo más pequeño, pero todavía contiene escondites
ajenos a las masas e incluso a Google Maps. Jiménez ha conocido de primera mano
y ha leído a los maestros, y también se ha interesado por las leyendas con que
se han construido los diferentes países por los que camina: Birmania, Laos, Tailandia,
Indonesia, India, Pakistán, Vietnam, China, Filipinas, Japón. La relación de
lecturas y de paseos no puede producir otra cosa que no sea envidia. Pero será
gasolina de muy alto octanaje en el lector, un claro impulso para que refresque
su propio derecho a buscar la felicidad y poner en marcha el motor que le
permita perseguir sueños mientras disfruta de tenerlos. ¿No es acaso este el
principal y más honesto objetivo de la literatura? No importa que en cuanto
creamos que tocamos el misterio, se desvanezca entre los dedos. Lo que cuenta es
saber que existe un misterio y concedernos la autoría de una vida en la que vamos
a su encuentro.
Fuente: Zenda
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