La Casa del Diablo
John Darnielle
Traducción de Javier
Calvo
Aristas Martínez
Badajoz, 2023
486 páginas
Que en el cerebro hay
espacio de sobra para que lo ocupen varios mundos a la vez, es una afirmación
que encontraremos en las páginas de este libro, en voz de uno de sus
narradores. Estamos frente a una novela en la que esos mundos no sólo suceden
de forma simultánea y con varias posibles interpretaciones, como sugiere el
poderoso último capítulo, sino que además lo hacen con variados recursos
expresivos. Y, sin embargo, mantiene cierta linealidad, la que permite al
lector tener la sensación de estar leyendo una obra de intriga, en algún
momento un thriller, en alguna otra ocasión más bien de misterio, que va
desarrollando su trama con las dosis apuradas. Así consigue atraparnos en este
pequeño mundo, un pueblo que parece alejado de todo y de todos, un microcosmos
donde el autor, o tal vez la propia población, creará sus leyes. Hemos introducido
este tal vez porque se trata de una novela que comulga con el formato de
investigación periodística, hasta el punto de hacernos pensar que si estos sucesos
no fueron reales, sí es real que pueden ser contados. Y la realidad se impone por
lo que es o por lo que pudo haber sido. La realidad es lo posible, no siempre
lo que se puede tocar.
Entre lo posible, e
incluso probable, están las reacciones oscuras y sádicas que cualquiera de
nosotros puede tener. ¿Qué cabe reconstruir, entonces? Por un lado están las entrevistas,
los encuentros, la reconstrucción del relato a partir de la documentación, los
pasos por los lugares donde tuvieron lugar los sucesos. Y por otro está ese
pegamento imprescindible, del que John Darnielle (Bloomington, Indiana, 1967) hace
gala, que llamamos imaginación. La novela es un portento creativo, en el que
desconocemos cuánto hay de información y cuánto de farsa, pero si dudamos es porque
estamos a favor del relato. Sólido y de lectura aparentemente fácil, termina
por indagar en los límites de lo humano, si es que estos límites terminan allí
donde alguien es capaz de cercenar la vida de otro, aunque sea en defensa
propia. Aunque sea por un impulso adolescente, o de crisis adolescente.
La adolescencia será la enfermedad
que compartan los protagonistas, bien sea los que se cuelan en la casa de una
mujer soltera o los que trabajan en un videoclub de películas porno, cuando
estas se alquilaban en formato VHS. En la adolescencia entran en lucha el juego
y la seriedad, y del conflicto puede salir el peor de los resultados, unos
actos seudopsicopáticos que por norma general no suelen ser dañinos, pero que
cuando sobrepasan las líneas de comportamiento aceptadas pueden terminar en
tragedia. Nuestro narrador nos coloca frente a su trabajo como detective de
algo que sucedió hace décadas, al tiempo que narra antes de entrar a explicar
el origen del conflicto, o lo que él identifica como el origen del conflicto,
reflejado en las biografías de los protagonistas. Pero guardará un aura de
misterio, algo así como una maldad flotante en un ambiente concreto que se
respira y obliga. Para, finalmente, cerrar la obra en una vuelta de tuerca que
nos lleva a cuestionarnos qué es lo veraz y cuáles las intenciones de quien
pretende ser, a su vez, veraz. «La gente proyecta sus expectativas
sobre los escenarios de las masacres», apunta al inicio de la obra, advirtiéndonos
acerca de la subjetividad de los relatos. Al finalizar la lectura, recordaremos
que ya nos había advertido, genialmente, acerca de la fortaleza que subyace al
relato: «En cualquier caso, hay pocas cosas más poderosas que las expectativas.
La fuerza bruta, quizás. Las armas de fuego, ciertamente. Las espadas y el
acero. Pero incluso esas cosas tienen sus límites. La imaginación no tiene
ninguno». Bienvenidos a la casa del Diablo.
Fuente: Zenda
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