jueves, 28 de marzo de 2024

ENTRE

 

Entre

Christine Brooke-Rose

Traducción de J. Casri

Piel de Zapa

Barcelona, 2024

210 páginas

 

 


Lo primero que llama la atención en esta obra, Entre, es el libérrimo uso del lenguaje y de los elementos gramaticales. Christine Brooke-Rose (1923-2012) fue una lingüista británica conocida sobre todo por sus obras experimentales. Esta fue publicada en 1968 y en cuanto se comienza la lectura uno recuerda a varios autores que pusieron el lenguaje a fermentar, construyeron frases maravillosas o idearon saltos narrativos de riesgo, como James Joyce, George Perec o Aliocha Coll. Aquí la materia con la que tratamos son las palabras, los idiomas, esa herramienta con la que deberíamos entendernos, y no con las imágenes, que raramente se producen en la mente del lector. La atención requerida es muy activa, con cambios de idioma constantes, que obligan a no perder comba y al traductor a hacer una reinterpretación muy meritoria del texto original. Aunque da la sensación de que la técnica utilizada es semejante a la del surrealismo, cuando el texto no estaba ahí previamente, sino que va surgiendo a medida que se escribe, la pretensión de crear una sensación de desamparo es patente y se va imponiendo a medida que acumulamos páginas leídas.

No estamos frente a una novela en la que exista una evolución, un desarrollo. Lo que se describe es, más bien, una situación, que se prolongará a lo largo de toda una vida laboral, la de una mujer dedicada a la traducción simultánea en distintos puntos del globo terráqueo. La variación es constante, tanto como para generar una cierta monotonía, resultado de la acumulación de instantes que no cesan de cruzarse. La cartografía que nos dibuja es disparatada y la autora se ve obligada a hacer del avión el símbolo de una forma de vivir, pues es el lugar donde pasa la protagonista una muy significativa parte del tiempo: «templos de movimiento inmóvil», llega a llamar a estas ballenas que vuelan y que van siendo el hilo que teje una época de la que extraemos un galimatías, una sensación de desorden. Pero este desorden no es gratuito, busca transmitir la idea de incertidumbre, dejarnos con el cerebro hueco a la búsqueda de qué será lo que venga a continuación. En buena medida, nos está hablando de la entropía, en el sentido de crear un sistema de medida del desorden, de moléculas que para acabar siendo comprensibles deberían congelarse. Pero aquí se impone, de forma contundente, el movimiento. Vamos saltando de un lugar a otro sin desplazamiento, o con un desplazamiento inmóvil, sin itinerario que registrar. Hay destinos, pero estos van confundiéndose, nos van galvanizando el entendimiento. La impresión es que asistimos a un flujo de conciencia, pues de flujo de conciencia estamos hablando, de una persona cuyo cerebro a lo que más se parece es a un paisaje de edificios bombardeados.

Uno se pregunta qué tipo de mundo globalizado se estaba construyendo entonces, y se da cuenta de que ahora lo tiene casi entero metido en el teléfono inteligente, y siente, entonces, temor. Porque este monólogo interior todavía podía tener una justificación existencialista, dado que trata de la construcción de una identidad, mientras que nosotros llevamos la identidad en el bolsillo. Y ahí no cabe el lenguaje, ni la estructura, ni la relación del lenguaje y la estructura con la realidad: aquí sólo cabe el bombardeo de estímulos, contra el que ya en 1968 Christine Brooke-Rose nos advertía: nuestra narradora, recreadora, sufre en la memoria, como si estuviera construyendo una que no puede controlar, que sea ella la que domine la identidad o no permita que esta cuaje en condiciones.

Debemos señalar, por último, que en el inglés original esta obra se escribió sin hacer uso del verbo to be, y que en la edición actual se ha respetado, pues no aparecen los verbos ser y estar. No es un juego gratuito: hablamos de lo esencial, de pasar por la superficie apenas arañando, sin ensuciarnos las manos ni someternos a las risas.


Fuente: Zenda

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