Elogio
del caminar
Leslie
Stephen
Traducción
de Andrés Catalán
Ilustraciones
de Manuel Marsol
Nórdica
Madrid,
2024
61
páginas
«Dicen
los moralistas que cuando un hombre empieza a envejecer podría hallar algún
consuelo a los crecientes achaques si echa la vista atrás a una vida bien aprovechada».
Así comienza este precioso texto de Leslie Stephen (Londres, 1832-1904), conocido
por ser el padre de Virginia Woolf. Su vida no se redujo al oficio de
paternidad: Stephen fue presidente del Club Alpino londinense y editor de Alpine
Journal. Es decir, Stephen estaba enamorado del aire libre y los beneficios
de la vida al aire libre, que en la primera página de esta reflexión define a
través de las palabras disfrute e inocencia. ¿Existe, acaso, un disfrute real
si uno vive dentro de los antónimos de la inocencia: malicia, fullería,
desconfianza, estafa? No. Porque los antónimos de inocencia producen dolor y el
dolor es la máxima contaminación que existe en el mundo. Así pues, estamos en
la balanza que pone a un lado la contaminación y al otro el aire libre, a un
lado la inocencia y al otro la maldad.
Pero
Stephen no nos habla de caminar como una gran hazaña, como un ejercicio
deportivo, a pesar de mencionar a quienes recorren hasta cuarenta kilómetros
cada día. Stephen vincula el paseo a la literatura, sobre todo a la literatura
que comulga con la poesía o es, directamente, poesía. Su doctrina, expone,
consiste en defender que «caminar es la mejor de las panaceas para las
tendencias mórbidas de los escritores». Mórbidas, nada menos. Mórbida es cualquier
forma de neurosis, la tendencia a la autocompasión en tiempos de crisis o la
cobardía. Ante cualquier situación angustiosa, uno debe imaginar que su cuerpo
es un agua de plata o es aire, pero no el aire mil veces respirado en las
ciudades, sino el aire que vuela entre los árboles del bosque, sobre las praderas
o acariciando el filo de la montaña. «Pequeñas imágenes de paisajes, que a
veces no tienen que ver con ningún lugar concreto, me traen el leve aroma de
antiguos paseos en agradable compañía, solitarias meditaciones y agotadores
ejercicios, y sería un completo sinvergüenza si no reconociera que le debo ese
relativo mérito a la inofensiva monomanía que tantas veces me llevo, por
decirlo con una frase de Bunyan, de las diversiones de la Feria de las
vanidades a las Montañas deliciosas del pedestrianismo». Así concluye
este hermoso alegato a favor de una vida en la que los pies sean la fuente de
contacto con la naturaleza.
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