Todos los ojos
Isobel English
Traducción de Julia Osuna
Muñeca Infinita
Madrid, 2024
158 páginas
Cuenta Jenofonte que los
soldados griegos regresaban a casa abatidos tras una severa derrota, pero que cuando
llegaron a lo alto de la primera colina que coronaron desde la que se veía el Egeo
no dudaron en arrojar sus lanzas para abrazarse mientras gritaban: ¡el mar, el
mar! La anécdota nos habla de lucha, de derrota, de depresión y de itinerario,
y también del hogar, que es el lugar donde uno siente un amor reconfortante,
que no es de un romanticismo desgastado ni de una sensibilidad adolescente. En
el caso de nuestra narradora, de la protagonista de esta bella novela, Todos
los ojos, debemos confiar que ese hogar se encuentre en algún rincón de la
memoria que tenga una historia común con la isla de Ibiza, que a principio de
la década de 1950 nada tenía que ver con la explotación actual. La criatura que
crea Isobel English (Londres, 1920- 1994) encuentra un rincón del mundo
austero, que aquí es tanto como decir hermoso, en el que apenas puede
comunicarse en francés con un puñado de turistas y alguna persona del lugar que
les atiende.
Pero no adelantemos
tanto. En realidad, la estancia en Ibiza ocupa la última parte de la novela, y
no es la más larga. Nuestra protagonista es un alma que tiene una sensibilidad
impresionista. De hecho, su forma de expresarse a lo que más nos recuerda es a
la delicadeza de los pintores clásicos, buscando sensaciones. Estamos frente a
un texto sensorialmente vivo. Además, frente a una persona crítica sin maldad.
La narradora es consciente de las costumbres británicas y de que es desde allí
desde donde escribe, al tiempo que es de ellas de las que le gustaría escapar.
Influida por el ánimo de unos amigos, decide emprender ruta hacia Ibiza,
acompañada del que suponemos que es su novio. Debemos añadir que fue estrábica,
porque ese defecto, ya corregido, cree que influye en su manera de mirar, en
esta relación de un itinerario que es a la vez lírico y memorístico. Mientras
nos habla de lo que le sale al camino, revisa su pasado, que es el otro camino
que no cesamos de recorrer. Se ha propuesto un reinicio considerando que ojalá
en su vida haya, y haya habido, poesía: «Quizá me tiene miedo por lo nerviosa
que soy y por mis veinticinco años tan marchitos. O puede que ni me haya
escuchado», dice tras no recibir respuesta al preguntar por una
predicción meteorológica a cuenta del vuelo de las golondrinas.
Con esta misma intensidad
es con la que elige y, si debemos fiarnos por el cuidado con que se expresa, consigue
vivir, y con la que aspira a vivir la relación con la persona que le acompaña,
resolviendo así cualquier duda. Como no puede ser menos, la muerte, la de alguna
amistad, aflora aquí y allá en la memoria, como también lo hace la soledad, que
no siempre sucede quedándose aislada de los demás. Tanto la una como la otra,
las afronta nuestra protagonista con algo parecido a una resignación religiosa,
pero sin religión. No hay un dios al que rezar, ni siquiera un espíritu
correcto al que aspirar. Se trata de buscar la belleza, la calma, el bien. La
búsqueda es, posiblemente, el tema principal de este encantador libro, como
podemos deducir de este pequeño diálogo que sucede nada más llegar a Ibiza:
«—¿Cres que nos acostumbraremos a tanta belleza y tanto tiempo
libre? —le pregunto a Stephen—. Ojalá encontrara un piano en el
pueblo.
«—¿Por qué no aprovechas y te dedicas a beber como una esponja
brandy a tres peniques la copa? —me responde desde donde flota bajo
las primeras capas de un sueño cada vez más profundo.»
Fuente: Zenda
No hay comentarios:
Publicar un comentario