El
valor del agua
Julio
Llamazares
Ilustraciones
de Antonio Santos
Nórdica
Madrid,
2024
60
páginas
El
verdadero valor del agua es la tierra. Es decir, no hay tierra que no le deba
al agua su existencia, sus nutrientes, su vida. Por otra parte, a lo que más se
debería parecer la memoria es al agua: liquida la sed, se adapta a la forma y
hasta nos recuerda al líquido amniótico en el que habitamos los meses más
seguros de nuestra vida. Sin embargo, hay versiones referidas al agua que dan
al traste con la vida: estas tienen que ver con la civilización. Ahora que se trata
tanto acerca de los pueblos abandonados a merced de algún pantano, un tema al
que ya había recurrido anteriormente Julio Llamazares (Vegamián, 1955), llega
este pequeño relato, El valor del agua, a recordarnos que el mundo está
en liquidación. Volvemos a la memoria, que en la literatura de Llamazares es
tanto como decir que volvemos a los ancianos, a los que están cerca de
desaparecer. Y debemos hacerlo no con imaginación, ni con atrevimiento, ni con
nada que tenga que ver con esa inteligencia que rueda entre la materia gris:
volvemos a ellos con la única expresión válida de respeto, que es el cariño. La
relación entre un abuelo y su nieto sirve para componer esta sencilla historia
sobre la melancolía, sobre los tiempos que jamás regresarán y que morirán con
nosotros. En realidad, nos recuerda todo lo que vale lo que echamos de menos,
lo que hemos querido.
Cabe
decir que al texto acompañan unas ilustraciones (o tal vez las ilustraciones sean
las verdaderas protagonistas) de carácter naif, en blanco y negro, que nos
recuerdan a los grabados de linóleo. Hay en ellas mucha inocencia, pero también
un punto exacto de lo sombrío. No son puro deleite, si no una forma de
advertencia contra el éxito del desarrollo de la civilización, con todas sus
invenciones, que nos llevan al olvido de lo que de verdad importa: querer y ser
querido.
El valor del agua es un hermoso texto de Julio
Llamazares sobre la pérdida, la vejez, la tierra y el agua. Un libro para
lectores de diferentes generaciones.
«Cierra el grifo, que se gasta el agua. Siempre que Julio se dejaba un
grifo abierto, escuchaba a su abuelo repitiéndole lo mismo: “Cierra el grifo,
que se gasta el agua”. O bien: “No malgastes el agua, que cuesta mucho”.
Parecía como si el hombre no pensara en otra cosa más que en el agua». Julio
contempla cómo su abuelo va envejeciendo en un lugar que no es su casa,
recordando lo que dejó atrás: amores, trabajo, naturaleza y, sobre todo, la
pérdida de un pueblo inundado por el agua. Julio Llamazares narra, a través de
la mirada de un niño hacia su abuelo, cómo se viven la pérdida y la vejez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario