Baumgartner
Paul
Auster
Traducción
de Benito Gómez Ibáñez
Seix
Barral
Barcelona,
2024
261
páginas
Lo
que define nuestro paso al mundo adulto son las cosas en las que dejamos de
creer. A fuerza de realidad, entendiendo por realidad lo más tangible, sustituimos
la idea de volar por la de subirnos a un avión, la de hablar con los animales
por domesticarlos o la del puro amor eterno por el sexo y algo de compañía. Pero
si uno es medianamente imaginativo, sustituirá esas fantasías proyectadas sobre
la vida cotidiana por una imaginación que se conjuga con las herramientas de eso
que en narrativa se conoce como realismo: puede que no seamos capaces de
respirar bajo el agua, pero sí de descubrir cómo podemos colaborar para mitigar
el sufrimiento de un niño en un campo de refugiados. Hace falta mucha
imaginación para seguir charlando con los amigos, para cambiar los pañales a un
bebé o para cuidar de los enfermos.
La
transición que han ido viviendo los lectores de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) tiene bastante de reflejo de
este fenómeno: sus novelas que reflejaban tanto azar —El palacio de la luna,
La trilogía de Nueva York, Brookly Follies— han sido una compañía semejante
a la de los sueños de la infancia y adolescencia, y por eso mimo nos han
resultado tan memorables, tan sanas, tan acogedoras. Pero ahora llega el
momento de la realidad, de lo tangible, entre lo que se encuentra el paso del
tiempo que es, por definición, la antítesis de lo que se puede tocar. Pero es
lo mas real que sucede si nos atenemos a sus efectos en nuestro organismo. Es
imposible que el cuerpo vuelva a ser el mismo. Auster ya no volverá a cumplir setenta
y cinco años y se plantea qué es la vejez, eso que, a juzgar por las páginas
que componen este Baumgartner, está sintiendo. Como en cualquiera que
tenga por tentación y talento la fábula, será a través de la ficción como mejor
pueda reflexionar acerca de este tren que nos arrolla.
Lo
primero que uno identifica es la soledad. La mayoría de los personajes
centrales de las novelas de Auster se han movido solos, siendo la soledad una
forma no elegida de vivir. En este caso, Baumgartner, que es el apellido de
nuestro intelectual protagonista, se ha visto abocado a esa soledad durante los
últimos diez años de vida, desde la muerte de su mujer. En todo este periodo de
duelo, ha vivido con el recuerdo de ella como quien sufre el síndrome del miembro
fantasma, ese que nos hace creer que todavía existe el miembro que nos han
amputado. Pero ha llegado el momento de volver a enamorarse, y pone su atención
en alguien que es dieciséis años más joven que él. La sensación que da es que Baumgartner
se enamora por inducción. Y, mientras tanto, asistimos a algo tan propio de la
vejez como es la duda: cuando uno es joven está demasiado seguro de saberlo
todo. Aquí sucede todo lo contrario, y ni siquiera sabe si lo adecuado es publicar
la obra poética de la mujer difunta. Ni cómo debe afrontar la declaración ante
su nuevo amor. Auster se entretendrá explicándonos de donde viene nuestro
querido protagonista, hablando de la sociedad de patriarcado en la que
habitaron sus padres, que contrasta con esta en la que uno está obligado a
definirse en cada momento. Con estos mimbres, construye una novela que mantiene
su estilo, su fluidez, su encanto. Resultará complicado valorarla, si es que la
valoración supone poner nota, por todo lo que uno quiere a este escritor. Lo
que es seguro es que sentirá, al final, que ha hecho muy bien en elegir leerla.
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