Tres días en Orán
Anne Plantagenet
Traducción de Susana
Prieto Mori
Siruela
Madrid, 2023
160 páginas
Rebelarse contra la idea
de que un día nadie se acordará de ti, al contemplar cómo tu padre es el único
que se acuerda de aquello, parece ser la esencia que se destila de este libro,
en el que Anne Plantagenet (Joigny, 1972) recrea la visita junto a su padre a
la ciudad de Orán. Han transcurrido cuarenta años desde que él y su familia
tuvieran que partir, por motivos que Plantagenet va descubriendo que tienen que
ver con la pobreza. Y ahora ella debe servir de sostén para que él regrese a
los lugares que ocupan su memoria y que se han ido modificando. Lo que sucede
es que la evolución gradual permite la adaptación, pero la inmersión como
experiencia de shock, comparando tiernos recuerdos con presente adusto, puede
ser traumática. El padre muestra, sin embargo, un talante conciliador entre ambos
momentos, y es ella, la persona encargada de traducir a palabras las emociones
de la experiencia, quien cae en un lirismo que por momentos nos lleva a
cuestionarnos hasta el riesgo de la autocompasión: «Llevo en mí exilio, sin duda me resulta imposible enraizarme
mucho tiempo en cualquier parte».
Los peligros que la
autora intenta sortear no se limitan a esa tendencia a lamerse las heridas,
sino que también tocan todo lo que tiene que ver con la intención de mostrarse
sensible, porque la sensibilidad es algo propio, complicado de compartir cuando
uno intenta compartirla de manera explícita. Plantagenet se topa con el filo de
los abismos de la melancolía, mientras acompaña a su padre y repasa su pasado
más inmediato y sus historias de amor y desencuentros. Rearmar el amor es una
tarea que se le antoja superior a la capacidad que tenemos de labrar destino,
pero no quiere considerarse una persona amortizada.
Existe, sin embargo, una
potencia que la sostiene, que es la familia. El tono melancólico con el que se
mueve, lento y agradable, se forja sobre el sustrato del amor filial. Su padre
acaba de jubilarse, ella acaba de estrenar amante tras una separación y es, por
tanto, el momento de reinventarse, de volver a hacernos promesas de identidad: «La sala de embarque es el lugar donde me siento menos ajena a
mí misma, donde tengo la sensación de coincidir por fin con la que soy». El viaje, aunque en este caso sea corto, vuelve a tomarse
como metáfora de bautismo. En este caso, el viaje surge con la intención de
confrontar mito y sus desmitificaciones. Ella va a relacionarse con el pasado
familiar, mientras acompaña a un padre que se relacionará con el pasado propio:
por un lado, estará en el relato que la ha construido, y por otro en la vida
que sucedió. Plantagenet ha aceptado la relación compleja con Argelia, que incluye
varias formas de orgullo representadas en fotos antiguas y reuniones
familiares, mientras es incapaz de denostar su presente, al que retorna constantemente
con el recuerdo de su amor frustrado y su nuevo amor incompleto.
Plantagenet ha elegido la
lentitud a la hora de narrar. El desplazamiento que hicieron fue corto y con guía.
Si la estancia fue breve, pero se consideran necesarias tantas palabras, será
porque nada la impresión particular fue profunda. Las huellas de las
experiencias ajenas no son siempre fáciles de comprender, pues no es fácil
expresar las emociones profundas de manera que cualquier lector las comparta.
El reto literario ahí es de mucha altura y muy complicado será salir bien
librado de él. Plantagenet escribe un libro que afectará a quien se reconozca
en el texto, porque esa historia familiar de la que habla no es exclusiva de su
gente. Los demás nos quedaremos con el redescubrimiento de ese pequeño cosmos
emotivo que afecta tanto a los exiliados.
Fuente: Zenda
No hay comentarios:
Publicar un comentario