Mi casa está donde estoy yo
Igiaba Scego
Traducción de Blanca Gago
Nórdica
Madrid, 2023
161 páginas
Para permitirse tener el don del sueño de amores perdidos, es necesario soñar y haber amado. Y también desear volver a amar como se amó entonces. En contra de lo que dictan los textos de autoayuda, el presente no existe, o al menos no existe en nuestras funciones emocionales: o anhelamos el pasado o proyectamos el futuro. Sobre estas funciones crearemos una identidad, o la memoria de una identidad y el deseo de la misma. El asunto puede ser incómodo. Si a uno le piden que se defina, lo mejor sería hacer lo mismo que aquí lleva a cabo Igiaba Scego (Roma, 1974) que es intentar narrar su historia. Dado que los recuerdos nunca vienen ordenados como una novela del siglo XIX, Scego acepta la fragmentación y la asociación de ideas que van surgiendo a medida que uno va penetrando en su propio pasado, bailando de tema a tema, de persona a persona y de lugar a lugar. Estamos ante una persona que ha nacido y vivido en Italia, pero que es hija de inmigrantes somalíes, de un padre que podría haber luchado políticamente por la mejora de su país y de una madre a la que sometieron a la tortura de la ablación del clítoris.
Scego hereda la cultura y las inquietudes por la suerte del territorio en el debió haber nacido, si en el mundo imperara un poco más de justicia. Y así se expresa como alguien que padece el síndrome de Ulises, el que sufren en forma de estresante malestar emocional quienes abandonaron sus raíces debido a un proceso traumático o violento que rige la región. En ese sentido, lo primero que descubrimos en el texto es dolor, es pérdida, es añoranza. Nos va a hablar de los efectos rabiosos de la colonización, que dejó un paisaje después de la batalla también en el ánimo de los somalíes, y de la desilusión salvaje del emigrante. Nos hablará de marginación y de supervivencia, de conformarse y de superación personal.
Para ello Scego recurre a estampas a partir de las cuales redactar cada uno de los capítulos en función de las asociaciones que a ella le sugieren. Comenzará por centrar el interés en el padre, de quien hereda un dulce sentido de la honestidad y el aprecio por la voz de Nat King Cole. A continuación, será la madre, la figura que representa el amor, quien protagonice un resumen sensible de su aportación a la vida de la escritora. Cuando hable de su tío y de su abuelo, comprobaremos la necesidad que tenemos de leyendas, que son modelos que representan ideas buenas. Hablará sobre la diáspora y las consecuencias de la misma, reflejando la vida de quienes la padecen en la estación del tren. Conoceremos al hermano y, a través de él, el peso de la educación oficial, administrativa. Recorreremos parte del camino inicial de la familia, explicándonos la tristeza que supuso comenzar a salir adelante. Y terminaremos en la adolescencia, con todo el fulgor que ello supone, con el descubrimiento de la capacidad de sentir y generar amor, mientras toma conciencia de que ahí, en algún lugar de su memoria y de la memoria colectiva de la familia, no se puede renegar de una Somalia triste y desolada.
Scego nos narra, con un estilo sencillo, humilde, franco y en ocasiones un poco seco, parte de la historia reciente de Somalia, aunque su intención es reflejar la historia de los emigrantes. En realidad, el tema central es la parte de sustrato que le falta para construir una identidad en condiciones, pues ese estar entre Roma y Somalia, o no sentirse en ninguno de los dos lugares, termina no por hacer de ella una persona bipolar, sino una persona llena de dudas. Lo más deseable, el mestizaje, parece un sueño o un amor perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario