Tres anuncios en las
afueras
(Martin McDonagh,
2017)
En cierta ocasión elaboré
la extraña lista de los libros que me gustaría haber escrito: El ruido y la
furia, El desierto de los tártaros, El gran cuaderno… No he querido
empeñarme en la de las películas que no concibo cómo pudieron ocurrírsele a sus
directores, sobre todo cuando este coincide con ser también el guionista. Tres
anuncios en las afueras bien podría formar parte de dicha relación. No se
trata de una película psicológica, aunque lo parezca, pues los sucesos no
suceden a consecuencia de la personalidad de los protagonistas, sino que los
personajes han sido imaginados para justificar los sucesos y situaciones que
van ocurriendo. Y éstos nos dejan con la sensación de encontrarnos con algo
desconocido, con algo que no hemos visto cien veces antes, con algo alejado de
lo predigerido, la lección simple y la oratoria provinciana. De hecho, sería
complejo intentar describir en qué porcentaje participan varios de los
principales géneros narrativos en la película: hay mucho de drama y algo de
comedia, contiene cine negro, thriller, y contiene un toque de Western con su
apunte de poema heroico, y podría hasta representar una leyenda. En algún
instante nos remite, por contraste, a los dibujos de Norman Rockwell y
descubrimos que estamos en su antítesis: nos preguntaremos qué aspecto tienen
los herederos de esas caricaturas tan bondadosas, cuando se han tenido que
enfrentar a la realidad del sudor y el sufrimiento.
Estamos en lo que
llamamos la América profunda, lejos de lugares donde puede existir un
movimiento altermundista, allí donde los señores feudales se llaman Wall-Mart,
Exxon o Coca-Cola. Es un mundo convencido de que la estatización es abominable,
por mucho que implicara mayor gasto social o cobertura médica. Son lugares
donde podemos encontrar poblaciones de diez o quince mil habitantes que
invierten la mitad de su presupuesto municipal en policía, incluido un equipo
de S.W.A.T., de tipos especializados en situaciones de alto riesgo. Se trata de
gente convencida de que lo natural es vivir con endeudamientos criminales,
viendo la Fox y sembrando de patriotismo los discursos y los diálogos. No son
capaces de reconocer que existan otros sistemas de valores que no sean los
propios, y cuando se topan con ellos, no los reconocen como sistemas de
valores. En ese sentido, sin ahondar en este tema social y me atrevería a decir
que sin pretenderlo, Tres anuncios en las afueras apunta un poco hacia
la antropología. Tal vez los apuntes de humor que surgen entre las situaciones
espantosas que describe se deben a que la alternativa a la sonrisa es morir
descalzo. Eso de morir con las botas puestas es un tópico de un sistema moral
arrabalero, ese en el que se confunde la dignidad con la tradición.
En ese ambiente una madre
coraje, cuya actuación merece muchas críticas, nos demuestra que tener muy
claro lo que uno quiere no supone librarse de la pérdida del Norte. Nuestra
mujer está desnortada y entendemos por qué. Como podemos entender a casi todos
los demás personajes, los principales, al menos en algún momento de la
actuación, pero raramente, por no decir nunca, nos gustaría estar en su
pellejo: no resulta sencillo identificarse con ninguno de ellos. Son seres
dañados, consumidos por la situación, sobre los que tenemos que ejercer una
gimnasia empática que nos lleva a cuestionarnos si la empatía es el valor con
el que deberíamos ver esta película. Pero el cine impone empatía, si no nos
importan ellos, nuestros compañeros durante los minutos de proyección, ¿qué
sentido tiene seguir asociándonos a su suerte, aunque sea en el ámbito
emocional?
«Si ni los abogados ni los publicistas son ya de fiar, en qué
se ha convertido este país», dice la
protagonista, Mildred Hayes, interpretada por Frances McDormand, que empuja a
la policía a encontrar al asesino de su hija colocando tres llamativos y casi
insultantes anuncios en las afueras de la población. Los publicistas, todo el
mundo lo sabe, tienen como fundamento el engaño. Los abogados la seducción para
llevar el agua a su molino. Son oficios cuya proximidad a lo fiable, en la
atmósfera que recrean películas como ésta, es muy cuestionable. Pero la frase
representa un poco la intención de incomodar, de desconcertarnos con lo
posible, con algo que podría estar ocurriendo en la arañada superficie de la
Tierra. Aunque por momentos pensemos que nos enfrentamos al límite a partir del
cual surge la exageración, y esta impresión se debe a que sabemos que el relato
es producto de una imaginación que supera a la nuestra.
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