lunes, 23 de octubre de 2017

SI NADIE HABLA DE LAS COSAS QUE IMPORTAN

Si nadie habla de las cosas que importan
Jon McGregor
Traducción de Libertad Aguilera y Gabriel Dols
Salamandra
Barcelona, 2006
285 páginas
18 euros

Al otro lado de la calle



Hay un tipo que vigila la calle, que la estudia o al menos que estudia sus pormenores, fragmentos, trozos de fragmentos. Desde la ventana, armado con una polaroid, dispara hacia imágenes seleccionando algún dato que debe encontrar relevante, pero que se nos presenta como el color de unas zapatillas o el hábito de brincar el primer paso al salir de casa. Es decir, este voyeur escruta lo cotidiano, lo real. Es alguien que encuentra un sentimiento, que en ningún momento se nos define y por tanto se nos antoja ambiguo, en la fijación de detalles. Se trata de uno de los personajes que pueblan la calle donde transcurre esta novela con la que debuta Jon McGregor, quien armado con la cámara del lenguaje, en vez de con una cámara de fotos, utiliza idéntico recurso para montar la redacción de su novela. Moroso, lento, con un ritmo suave, sin estridencias, pero conservando la potencia precisa para hipnotizar al lector, McGregor va desplegando, con un cuidado plateresco, un relato de honda raíz realista. Los seres que pueblan esta calle, que descubrimos en un amanecer puramente urbano, hablan por teléfono, reciben noticias sobre sus enfermedades, se quejan de la basura que se acumula en el patio trasero, recuerdan su regreso de la guerra, cambian de hogar, juegan al críquet en las aceras o conducen un coche. El resultado es un mosaico paralelo al que va configurando el tipo de la polaroid, que parece buscar la respuesta a la misma pregunta que McGregor y que otro de sus personajes: “Todos los correos que recibo estos días empiezan con lo siento pero he estado muy ocupado, y no entiendo cómo podemos estar tan ocupados y no tener nada que contarnos”.
Así pues, lo que tendríamos que contarnos es cómo estamos muy ocupados. ¿Serán estas las cosas que importan? Seguramente no. De ahí que la narración alargue el tiempo, que a cada segundo puedan corresponder minutos de lectura, combinando varias reacciones, situaciones, datos, visiones. Porque el tema no es que las cosas suceden, sino que las cosas, posiblemente las cosas que importan, son las que nos están sucediendo. Y esas son la vida cotidiana, el puzzle que conforman los seres que pueblan la ciudad, las personas que coinciden, que se rozan o se encuentran, pero que no se conocen. En este sentido, Si nadie habla… es la novela más urbana que se ha escrito en los últimos tiempos, pues respeta la principal condición de la ciudad: que la gente no se conoce. Por eso este testigo de la ciudad reconoce que ve trozos de vida diaria y que no acaba de encajar esas partes en un contexto de vidas personales, sino en el acontecer cotidiano de una calle en decadencia, un barrio que fue aristocrático hará cerca de cien años.
Existe, sin embargo, una trama. Y su seguimiento será el juego que McGregor propone al lector atento. Para desvelar esa faceta redonda, que de sentido al azar en que todo esto sucede, al conflicto de un espacio temporal único, en donde todas las piezas encajan para que la historia tenga un principio y un fin (que no desvelaremos), que coincidirán en el tiempo, McGregor inventa una segunda voz, la de una muchacha independizada desde hace poco tiempo, que acaba de recibir la noticia de su embarazo. Y el padre es, como no podía plantearse de otra manera, un desconocido. Será ella la que irá desvelando los nombres de la gente que irán apareciendo, caracterizados por sus estampas, en el resto de la narración. Al mismo tiempo, será la voz meditativa, la que reflexione, por ejemplo, sobre las relaciones entre padres e hijos. Algo que de verdad importa, aquellas que pueden llevar a preguntarnos, como sucede tras leer esta sorprendente novela, “si es posible sentir nostalgia por algo antes de que esté en el pasado”.


Fuente: Tribuna / Culturas

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