Ahora tocad música de baile
Andrés Barba
Anagrama
Barcelona,
2004
264
páginas
14
euros
Hay una categoría de personajes que se engancha al
interior de la piel del verdadero novelista, que es la de “los que quieren
comprender”. Así es como Andrés Barba está definiendo, poco a poco, su proyecto
literario, el de un escritor que se sumerge en lo que desconoce sin importarle
salir con las manos pringosas de realidad, porque es precisamente la realidad
lo que necesita comprender. Como sus personajes. De ellos sabemos, o Barba
quiere que sepamos, que viven con lo puesto, que han construido su existencia
con la entereza de un castillo de naipes y que los ecos de un golpe terminarán
por derribarlo. También nos presenta qué ha significado la familia para ellos a
través de los actos propios de una familia real: casarse, desnudarse, hacer el
amor o enterrar a sus muertos. Hasta tal punto llega a expresar sus intenciones
Barba, que para buscar un argumento en la novela tendríamos que remitirnos a
las elipsis que separan los cuatro capítulos en que se estructura de forma poco
forzada -introducción, desarrollo, crisis y resolución-, a no ser que
consideremos que la periferia de una persona débil pueda considerarse una
trama. Eso sí, monta los episodios con fidelidad a la época que le ha tocado
vivir, fragmentada (tal y como la observaría alguien con minusvalías mentales
que merecen compasión), arriesgando en la alternancia de voces y, sobre todo, en
la localización de las voces. Porque este es, posiblemente, el mayor acierto de
esta novela, plantear que la aparición de una enfermedad como el Alzheimer
puede provocar ondas expansivas entre los lazos familiares, a modo de piedra
arrojada a un estanque, y recurrir a varias distancias para reflejarlo: en unas
ocasiones metiéndose dentro de la piel de los protagonistas, en otras pegándose
a su piel, y en otras dominando la perspectiva de la secuencia, haciendo de
testigo.
Pero la novela ofrece un problema. El buen deseo de
Barba por colmar a sus personajes de sentimientos y de reflexionar sobre ellos,
transforma muchas páginas de la novela en un discurso sobre la sensibilidad que
explica la situación que viven, pero no hace avanzar el relato. Tal vez se deba
a su formación, a las influencias de ciertos maestros, los mismos que le han
enseñado a evitar las frases sentenciosas (por suerte), entre los que se nos
recuerda en la cubierta a Henry James, del que no convendría olvidar ese
consejo que no cesaba de repetirse a sí mismo: dramatizar, dramatizar,
dramatizar. Porque el lector necesita ver
cosas que por momentos sólo se oyen.
En cualquier caso, Andrés Barba ha vuelto a
demostrar que es un escritor en el que merece la pena seguir confiando.
Fuente: Lateral
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