Ábreme con cuidado
AA.VV.
Dos
Bigotes
Madrid,
2015
240
páginas
Los
espejos no son siempre cristales, azogues que nos devuelven la imagen más o
menos espontánea, más o menos elaborada, según nuestras costumbres. Hay otros espejos
más sofisticados pero más sencillos, porque son espejos colmados de un realismo
vigilante, muy humano. Son espejos que no se someten a la crueldad del tiempo,
que atiende a los envases de cremas y afeites sobre la repisa de falso mármol.
Son los que nos recuerdan los ideales inamovibles, esos que dictan que para
llegar a un fin no basta cualquier medio. Que por mantenerte dentro de ellos,
merece la pena hasta que te acuchillen por la espalda. Aunque donde uno se
encuentra cómodo será si ese espejo es el mismo que le devuelve la mirada en el
cuarto de baño. Ser lo que parecemos y parecernos a quien nos gustaría ser. Ese
es un poblado juego de infinitos espejos que se propone en esta antología, Ábreme con cuidado, en el que varias
autoras contemporáneas toman como referente a grandes figuras de las letras
mundiales. El otro nexo que les une es la sexualidad, la faceta homosexual o
bisexual de las personas homenajeadas. Pues de un homenaje se trata, al tiempo
que se trata de una reivindicación sobre la homosexualidad femenina. La
aceptación social de este encantamiento posiblemente sea menor que en el caso
de los hombres; tal vez por haber menos figuras públicas representando,
popularizando esta faceta de la dignidad.
Ábreme
con cuidado nos trae nueve narraciones apoyadas en lecturas. Faltaría una para
sumar la figura redonda. Pero la vida no es un acto redondo, no es circular. De
hecho, las biografías y las ficciones se enredan en un género que, por otra
parte, no deja de ser histórico.
Isabel Franc escoge
a Clifford Barney, alegre y
aristocrática sin cuna, para describirla en la búsqueda de un perrito teckel
que es una excusa para mostrarnos una inmensa mansión. Junto al escenario
conocemos a pinceladas a quienes acuden a pasar allí una tarde presumiendo de
la finura de los pespuntes o el dorado de los gemelos. Clara Asunción García se decanta por Patricia Highsmith, y construye un relato en el que se enfrenta a
la realidad expresada en un instante de relación con la mejor amiga de
Highsmith. A partir de ahí, se reproducen los lugares comunes que se repiten en
la amistad y el deseo de quien quisiera haber compartido esa amistad. Pilar Bellver nos lleva de la mano al
interior de Virginia Woolf, en un
ejercicio de estilo que emula a la autora inglesa, redactando una carta en
pleno flujo de conciencia; en una segunda parte del relato, Vita redactará la
respuesta, pero no para Virginia, sino para su marido, en el que narra al
detalle una velada en la que Virginia le cuenta cómo fue su primer beso durante
una visita a la exótica Granada. Carmen
Samit se agarra a Margarite
Yourcenar en una preciosa égloga en la que se iguala la psicología y la
astrofísica. Gloria Fortún se alía
con Aphra Behn en un relato que es
un sueño, una reivindicación de que lo más querido debería estar al alcance de
cualquiera. Lola Robles no evita la
tentación de identificarse con Carson
McCullers, aunque por ahí aparezca también Annemarie Schwarzenbach, en algo parecido a una sinopsis de un
episodio de la biografía de McCullers en el que se defiende la estética del
silencio de la nieve. Carmen Nestares
empatiza con Elizabeth Bishop, hasta
el punto en el que lo más importante del relato es la locura, la mala
combinación del amor, el alcohol y lo clandestino y la sed de huir; aunque
siempre cabe la redención por el amor. Carmen
Cuenca traza el perfil de Emily
Dickinson con todo el lirismo de la pasión y la melancolía, porque todo
existe para transformarse en poesía. Y por último, Gloria Bosch Maza descubre a la otra Gloria, a Gloria Fuertes, y a todo lo platónico que hubo detrás de su vida,
de su estilo, de su emoción, de su lamento. Y así damos fin a un libro que
debemos cerrar con cuidado.
Fuente: Culturamas
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