El bien de los ausentes
Elias
Sanbar
Traducción
de Jorge Gimeno
Pre-textos
Valencia,
2012
125
páginas
Hermano
con hermano
Elias
Sanbar (Haifa, 1947) es un escritor y ensayista de origen palestino, refugiado
desde que cumpliera catorce meses, conocido sobre todo por colaboraciones con
el filósofo Gilles Delleuze y con el cineasta Jean Luc Godard, o por ser el
embajador de Palestina ante la UNESCO. Ha participado como negociador en varias
de las conversaciones de paz que han tenido lugar para encauzar el conflicto de
su pueblo con Israel, ese país que los tópicos consideran un “milagro”
económico rodeado de un océano de odio árabe. Pero dicho milagro tuvo lugar a
costa de la desaparición de un pueblo, dice Sanbar. En el año 1948, fecha de la
creación del estado de Israel, tuvo lugar la evaporación de dos nombres:
Palestina y palestinos. Al parecer, y tal y como reivindica el propio Sanbar,
se intentó borrar ambos nombres, ambas ideas, tanto de los mapas como de las
enciclopedias. De este modo, una vez negada la existencia de los palestinos, y
la de su hogar, la gran diáspora de este pueblo dejaría de considerarse un
exilio, para transformase en una ausencia. Una negación solventada con un
vacío.
De
ahí que nazca este libro, El bien de los ausentes, una reivindicación que
aborda la dolorosa situación, pública e íntima, colectiva y personal, de los
que viven esa ausencia, de aquellos a quienes pretendieron convertir en
desaparecidos, cuando se trata, en realidad, de refugiados. Y para ello, los
tópicos siguen valiéndose de una incompatibilidad, de una confrontación, de una
lucha de justicias. Cuando la verdad dicta que el hermano del que sufre es el
que sufre. Si Sanbar afirma que los palestinos son los judíos de los israelíes,
o tal vez sus pieles rojas, es porque considera que los descendientes de
quienes padecieron la shoah son las
viudas, los hambrientos, los huérfanos, los enfermos y tullidos que hoy sufren
su propia diáspora, sea cual sea el color de su piel y de su religión. Y entre
esos hermanos se encuentra buena parte del pueblo palestino.
Partiendo
de ese principio de conciliación, que definirá la compasión del narrador,
Sanbar escribe unos textos en los que lo autobiográfico forma un cóctel con lo
vivido. Ese es el criterio con el que Sanbar selecciona los capítulos de su
pasado, buceando en aquellos en que la catarsis psicoanalítica, la personal y
la colectiva, sea más significativa que el gancho de un episodio con tintes de
humor o aventura o tragedia. Y así construye este libro fragmentado, porque hablamos
de una patria fragmentada, de un pueblo fragmentado, de una memoria
fragmentada. Pero cada fragmento es una expresión de lo que le ha ido
construyendo, y a nosotros con él, y no cabe otra fórmula que no sea la
fragmentación para expresar cierto tipo de tristeza: la del perdedor que recibe
sobresaltos de dignidad dentro de su pecho.
Utilizando
dos pinceladas para describir a quienes se cruzan en su camino, las justas para
definir a sus amigos como alguien que aporta valores humanos en los demás,
Sanbar va tejiendo un hilo de vida en el que ellos, los desconocidos, se van
transformando en nosotros, los amados. Desde su infancia con un exilio
incomprensible, hasta su formación culta, en la que Genet tuvo buena parte de
responsabilidad. Desde sus múltiples reencuentros con la lucha rebelde,
incluida la lucha armada, hasta su antibelicismo militante. Desde el reflejo de
la pérdida, poniendo rostro a los fallecidos, hasta la dificultad de negociar
la paz poniendo paz en la negociación. Desde los cambios en el mundo propio,
incluidos los de la propia nostalgia, hasta el extrañamiento que supone
regresar a su tierra y comenzar a plantearse si no es una buena hora para el
final de la lucha.
Moviéndose
en el peligroso filo que es la motivación del lamento, compartida con la
motivación de la rabia, Sanbar construye una obra sobre la necesidad de poseer
una conciencia vinculada a los recuerdos. De ahí que no podamos considerar que El bien de los ausentes sea una mera
autobiografía, ni tampoco un ensayo. No importa el género. Lo que importa es
continuar dando voz a aquellos que ni siquiera se atreven a intentar ser
felices.
Fuente: Quimera
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