Con el frío
Alberto
Torres Blandina
Aristas
Martínez
Badajoz,
2015
220
páginas
El
neoliberalismo económico (o el crecimiento o cualquier otra cháchara que
revienta las tripas de la Tierra) ha roto las fronteras, los estados, la
naturaleza y hasta lo fabricado por el hombre, de modo que se hace imperativo
huir. El único lugar que no ha podido ser rodeado de alambres de espinos para
evitar las intromisiones, es un indeterminado Polo Norte, envuelto en una
niebla tan espesa como el fondo del mar y tan blanca como la leche. La
salvación parece estar en lo más desconocido, en lo ignoto, en el norte, donde,
curiosamente, no existe continente: debajo de las masas de hielo sólo hay un
océano negro. Nada de lo que sabemos ha conseguido que el mundo sea habitable,
ni siquiera esos juveniles viajes al sur para dorarnos los cuerpos. El norte
es, en clave económica, la salvación hacia la que se dirigen hasta las
serpientes y los impalas. Pero los únicos que tienen garantizado el acceso a la
supuesta salvación son los navegantes de una especie de arca de Noé que
pretenden resetear el planeta desde lo que sea que se encuentren. Porque la
Tierra, Gaia, está suicidándose, y las distintas razas y etnias eligen
representantes para protagonizar este episodio de salvación.
Y
estas son, representadas por casos individuales, las protagonistas de esta
novela de ciencia ficción, o de futuro ficción, dividida en tantos capítulos
como lugares hay en el mundo: desde Australia a Valencia, desde Laos hasta Marruecos,
desde Mali hasta Chile. Países que se han vaciado de animales. Torres Blandina
podría haber escrito una novela compleja, demasiado metafórica, pero ha
elegido, con acierto, la brevedad como norma de comunicación. Frases breves,
párrafos o escenas breves, capítulos o episodios no demasiado largos, en un
elogio a la limpieza como norma literaria. Sin embargo, la novela es mucho más
compleja que eso. En cada episodio inventa una situación y unos personajes que
la protagonizan con la imaginación echando humo. Pero detrás de cada una de
ellas, en las que van cambiando las edades y las circunstancias, modos o
desgracias de los protagonistas, cambian, así mismo, las complejas o sencillas
relaciones humanas: pueden ser filiales o tratarse entre hermanos; pueden
centrarse en la amistad o en la pareja o en el riguroso escalafón militar;
puede estar tratando sobre los enfermos y su entorno o sobre dos personas que
acaban de conocerse; tal vez se imponga la poligamia o la feligresía, el
cosmopolitismo o la soledad, el racismo o la ignorancia social.
Aunque
más difícil aún, y lo que da más mérito a esta novela, es la amplitud de la
condición humana. Cada episodio versa sobre una reacción o emoción, sin que
ninguna se repita. Así pues, nos encontramos frente a una extensa lista que
abarca: la piedad, el miedo, la duda, la empatía, el amor, los celos, la
solead, la rabia, la desesperación, el estupor, la curiosidad, la fe, el
desconocimiento, la histeria, la fobia, la inmovilidad espiritual o las
fantasías sexuales. En definitiva, Con el
frío trata sobre la condición plural humana. Y esta se conoce llevando a la
gente a altos grados de tensión. Eso, junto al éxodo, que es una forma de
desahucio, es lo que representa el invierno permanente en esta novela tan
extraña como fácil de entender, que es un malabarismo a la altura de los buenos
escritores. Con el frío es una novela
que al toparnos con ella en las librerías podríamos recordar aquella frase de
Camus: “En mitad del invierno encontré en mí un verano invencible”.
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