Contra los lobos
Alberto
Torres Blandina
Aristas
Martínez
Badajos,
2016
204
páginas
Al
iniciar una nueva etapa, cualquier persona quiere cambiar de yo. Dejar de ser
el tipo deforme para reinventarse. Al menos, toda persona, o todo proyecto de
persona capaz de pensar en la imagen que los demás tienen de él. Para los
adultos, a veces basta una clínica de cirugía estética. Pero en la
adolescencia, uno debe apuntalar su personalidad contra las mareas. Es el
momento de dejar de ser la sombra en la caverna de Platón para dejar de ser un
reflejo y subirse a la tercera dimensión. Y, sin embargo, lo que uno consigue
es cambiar un reflejo por otro. Dejamos atrás la sombra para utilizar el más
vistoso espejo. Ahí es donde nos damos de bruces con el modelo de lo que nos
gustaría ser, de lo que nos gustaría que los demás creyeran que somos: un
montón de deseos frustrados que creemos que se pueden ver hechos realidad, al
protagonizar lo que creemos que es una revolución. Y a lo mejor nos hemos
limitado a cambiar de ropa.
Pero
los dos muchachos que protagonizan esta novela van un paso más allá y tratan de
hacer realidad sus deseos de revolución. Todo comienza con una paliza al matón
del patio del colegio por el alumno nuevo, para terminar cruzando la línea de
la justicia, hasta caer en el abismo del monstruo. Una vez que la bola de nieve
ha echado a rodar, nadie la detendrá rezando. Al igual que en Con el frío, en esta nueva obra de
Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) existe algo de distopía. En este caso,
una distopía que puede suceder mañana mismo. Los adolescentes toman el control
de la realidad y, siguiendo la doctrina que marcó Golding en El señor de las moscas, se les escapa de
las manos la violencia, por mucho que esta responda a una reacción de justicia.
El
libro está dividido en cinco partes y cada una de las etapas de crecimiento de
la construcción de la personalidad, pues de eso se trata, de cómo uno de ellos
la construye a imitación del otro protagonista, está revisada desde muy
diversos puntos de vista. A su vez, cada capítulo se divide en tres partes
-revolución, volición y evolución-, en función del narrador o los narradores.
La primera de ellas es una macedonia de pareceres: la gente que rodea a los dos
adolescentes dicta la cronología de los hechos. Sus compañeros, sus padres, sus
profesores, sus vecinos o incluso algún policía, encadenan el relato. Casi a
cada párrafo cambia el registro, con tal habilidad que reconocemos la voz
diferente, pero no perdemos el hilo de los acontecimientos.
La
segunda parte, la volición, se centra más en la violencia. Son varios los
sucesos, y mayor la violencia que los engendra. El uso de la segunda persona
del singular, y el presente de indicativo como tiempo verbal, pretende
implicarnos en la faceta más salvaje de la humanidad. Así pues, tú quiere decir el protagonista, sí,
pero también es metonimia de cualquier persona. Será en la evolución donde
Torres Blandina se centre más en la neurosis o la psicosis, en las
alucinaciones o las paranoias, en los trastornos obsesivos, el psicoanálisis,
la hipnosis y hasta el surrealismo. Los animales irán pasando de lo concreto a
lo simbólico, y la violencia del patio del colegio hasta la violación. Lo malo
es que todo resulta demasiado creíble. Y los remordimientos, demasiado escasos.
Torres Blandina apenas nos muestra los resquicios por los que entra el oxígeno.
Pero no nos confunde. Se trata de una novela de denuncia. Desde las razones que
tienen los adolescentes para dar una paliza sin misericordia, hasta la
maldición de esa misma paliza. El problema es que el libro sucede en la etapa
de la formación de la personalidad. Pero, si no podemos construirnos
violentamente para combatir la injusticia, entonces, ¿qué nos queda que no sea
considerado una enfermedad de la conciencia?
Fuente: Culturamas
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