De música ligera
Aixa de la Cruz
451
Madrid, 2009
236 páginas
Los cristales rotos
Es inevitable
caer en la tentación de valorar el esfuerzo y los logros de Aixa de la Cruz en función de su edad.
Con apenas veinte años, ha escrito una novela bastante digna basándose en la
táctica de tirar un espejo roto contra el suelo, y luego presentar fragmentos
del espejo que todavía guardan las imágenes que este reflejó. De ahí resulta
una estructura sincopada, de párrafos cortos y episodios breves, que se
yuxtaponen de forma que el lector deba hacer su esfuerzo para reconstruir las
dos historias que aquí se cuentan. Existe, eso sí, un nexo, una línea de
actuación temporal, a partir de la cual nacen las ramas de ambas narraciones, y
esta línea es una conversación en un bar, a altas horas de la noche, en la que
coinciden los dos protagonistas. El primero de ellos es un hombre que, tras
sobrevivir a un accidente siendo niño, padece una serie de traumas neurológicos
que no le impiden crecer dentro del mundo musical, en la línea del hijo de
Kenzaburo Oé. El segundo es una muchacha que procede de un mundo social que
reniega del sistema, tratando de construir su propia identidad, sus propios
esquemas de conciencia, pero que está siendo derrotada, pues al día siguiente
debe firmar una hipoteca. Esta conversación, que trata de reproducir la que
cualquier pareja de desconocidos podrían mantener mientras ahogan sus penas en
cerveza, remarcada por las frases sin sintaxis de uno de ellos, acaba por
resultar poco convincente, un tanto inverosímil. Y es que conseguir que un
diálogo sea creíble y al mismo tiempo acompañe a la narración, haciéndola
avanzar, es una ciencia para la que Aixa todavía se está preparando.
Por otra
parte, estos fragmentos de la conversación se insertan en el relato para
justificar un cambio de escenario, interrumpiendo con frecuencia una escritura
que sabe mantener el tono, como si la autora desconfiara de su propio pulso. Se
produce así la impresión de que no exista un plan previo, de que sólo se nos
pretenda llevar de un testimonio a otro, de una situación a otra, algo que, por
otra parte, reproduce la experiencia de vivir, la fragmentación del mundo. Pero
una novela también se construye con el tiempo: es tiempo. De ahí que resulten
innecesarias esas digresiones metaliterarias que en ocasiones se injertan,
producto de un exceso de conciencia del narrador que se esfuerza por crear una
novela en la que los diferentes capítulos son flashbacks y flashforwards –“…
el desenlace es inevitable, porque estamos en el plano de la ficción, un mundo
paralelo bastante cruel y extraño…”-, así como la impresión constante de ver
estos episodios cercenados demasiado pronto, dado que el estilo de Aixa de la Cruz es de una facilidad y
una solidez suficiente como para que resulte frustrante que no se mantenga con
constancia en lo puramente narrativo.
El lector
moderno “da por supuesto que toda obra literaria esconde un secreto que
revelar, un reto”, confiesa la narradora en una de sus digresiones, una
divagación que debe reconciliarse con la frase que Bob Dylan dijo a los
Beatles, y que en esta novela se reproduce: “Chicos, vosotros no decís nada, no
tenéis nada que decir”. Aixa de la
Cruz parece poner todos los medios para esconder un secreto
detrás, o delante, de sus dos personajes, dos seres marginales que deberían
significar algo, ser algo que decir, que sufren problemas de comunicación,
construidos por la música y por las fonotecas, que se esfuerzan por mantenerse
a flote en cada uno de sus días y cada una de sus noches, manteniendo una
distancia en la que no maldice a la existencia más vulgar, la que representan
todos los que no son los dos personajes principales, ni bendice a ninguna de
las dos generaciones representadas. Y mientras tanto, aprovecha para dictar
fragmentos de unas vidas que ella se ha propuesto construir. No da la impresión
de que De música ligera sea una
novela que se le haya impuesto a su autora, aunque sí lo sean sus protagonistas
y los miedos de sus protagonistas. Pues la novela está muy cerca de versar
sobre eso, sobre el miedo a la realidad, a lo cotidiano.
Fuente: Quimera
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