El estadio de mármol
Juan Bonilla
Seix
Barral
Barcelona,
2005
249
páginas
18
euros
El narrador sin complejos
Juan Bonilla es un escritor nacido para el relato.
Ha intentado el género más ancho, el de la novela, en tres ocasiones
–recordemos: Nadie conoce a nadie,
Cansados de estar muertos y Los
príncipes nubios- con una fortuna de escaso calado. El número de páginas se
le quedan demasiado grandes. Su talento no se expresa igual de bien a la hora
de crear mundos, aunque no dejaba de conservar los valores innegables de su
escritura: los recursos expresivos de una inventiva sorprendente, la facilidad
sonora de la prosa, el dominio del léxico. Sí es capaz, sin embargo, de dotar
de vida a un relato de distancia más corta. De ahí que sus mejores obras sean
libros como El que apaga la luz o La compañía de los solitarios, al margen
de ese otro género híbrido, a medio camino entre el apunte ensayístico, la
perspicacia periodística y el análisis lector, presente en El arte del yo-yo y La
holandesa errante, en el cual es casi un maestro.
Ahora bien, ¿qué sucede con esa vida de la que hemos
dicho que están dotados sus cuentos?, ¿en qué registros se mueve?, ¿qué entidad
posee? Bonilla escoge una realidad al filo de lo verosímil, en la que los
personajes se cimbrean entre lo imaginario y lo cotidiano en función del viento
que sople, de las intenciones narrativas que, por regla general, obedecen a
principios más vinculados al ingenio que a la contundencia vital, más
relacionados con la eficacia técnica del relato que con la entidad temática.
Por decirlo de una forma vulgar, el Bonilla escritor (otra cosa es el lector,
que a juicio del que firma es superior en inteligencia al autor) se orienta por
la literatura que entretiene más que por razones que se le imponen. De ahí que
no resulte sencillo escoger un tema como centro de su obra. Reseñemos algunos
de los relatos de este volumen:
En Hablar por
hablar un paranoico que ignora su sentido de culpa y mantiene una pésima
relación con su biografía, se ve traicionado por su memoria, en primer lugar, y
por último por su voluntad. Por lo que se apunta, acaso sea el insomnio el
origen de las deformaciones y asociaciones entre lo que escucha y lo que cree
que fue su biografía. El cuarto de los
trastos es un cuento poco pretencioso, en el que el narrador sólo pretende
justificar por qué motivos puede contarse una historia, y más si esta historia
nos atañe a los conocidos más próximos, y para ello parte de las razones por
las que alguien cuenta como propia una historia que no es la suya. El relato Encuetro en Berlin es tal vez el más
humano de todos, pues indaga en los límites lícitos y patológicos a que lleva
la necesidad mitomaníaca de inventarse a uno mismo, de inventarse la
supervivencia de un hijo fallecido. El
dragón de arena versa sobre el incesto y el pésimo matrimonio que son el
deseo y el juego. Una montaña de zapatos
es un divertimento acerca de una verdadera o falsa (el hecho de que no alcance
a definirlo es el mérito que nos empuja a seguir leyendo) metempsicosis,
provocada por la empatía con los torturaos en campos de concentración. La desconocida es un anécdota sobre
transferencias de memoria en el momento del orgasmo. En El santo Grial se habla sobre un metafórico viaje al pasado para
salvar a un hijo de la leucemia gracias a un trasplante de médula. Una novela fallida es una excelente
introducción a las decisiones que el escritor debe tomar para construir una
novela. Por último El estadio de mármol,
el relato más extenso, nos acerca a la lucha interior de un joven fascista que
descubre su homosexualidad platónica.
Muy bien escritos, con una envidiable técnica
narrativa, lo divertido que resulta leer estos relatos, unido a lo escabroso de
algunos asuntos, nos hace pensar que tal vez Bonilla, en quien seguiremos
confiando debe plantearse si no está tratando de mezclar agua y aceite.
Fuente: Tribuna/Culturas
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