En el aire de la buena ficción
Aníbal, padre de Sofía, protagonista de Hidrógeno, de Martínez Llorca (Lastura, 2023), no leía libros, sino que vivía dentro de ellos. Mientras leía, escribía con una letra diminuta entre las líneas y los márgenes de sus páginas pensamientos e ideas que se apretaban con los post-it de colores que colocaba. Recomponía su existencia en la realidad desde la ficción, aunque resurgió como ave fénix, quién lo sabe, gracias a la biblioteca que como profesor universitario tenía en casa. Era su manera de leer un libro, viviéndolo. Ricardo Martínez Llorca nos invita a socorrer a Sofía con sus primos, o no tan primos, Iñaki y Álex, de la amarga existencia a la que la abocó la hija de puta esa, su madre, Loreto, el hidrógeno, “la molécula básica, la que no se equivoca nunca, la que sabe de todo y tiene que ser la que más sabe de todo”. Y cuando escribo que Martínez Llorca “nos invita” es porque, desde el principio, acontece un cambio estilístico: el narrador de la historia se pergeña como primera persona del plural, encarnada en dos tipos, Iñaki y Álex, que nos invitan, en cierto modo como lo hacía Sherlock y Watson, a que vivamos y resolvamos esta historia junto a ellos.
¿Es una mancha de nacimiento o fue provocada por un accidente? Los niños, sus primos, gemelos e hijos de una frutera, apodados de niños Conejo y Zanahoria, Iñaki y Álex, tratarán de convencer a su prima para que acuda a un dermatólogo. Este, finalmente, les remite, por la sospechosa etiología de la mancha, a un forense. No era previsible. Buen giro. A Sofía, que estudia o hace Químicas, se la ve con frecuencia ensimismada con los elementos químicos de la tabla periódica y un cuaderno, garabateando fórmulas y símbolos. Sofía parece tímida, pero reflexiona. Una química tímida a la que su madre, la hija de puta esa, ha domesticado para que se acostumbre y se acepte. Aníbal, su padre, que está separado de Loreto, también profesora de Derecho como él, antes de separarse, de divorciarse, quedó atrapado. Era un hombre feliz, melifluo en el trato con las mujeres, donjuán de escarceos amorosos con premio y embarazo. Incluso sin querer –sin querer dice, qué estupidez– se lo hizo a una Loreto recién licenciada, que quedó embarazada sin él llegar a saberlo hasta el día de la boda. En ese estado y desde ese momento, y con una clara intención por cambiar a su marido («pretender que la pareja cambie es un error»), empezó a chantajearlo. De hecho, hasta que nació Sofía, “antes incluso de que se besaran, con el bebé entre los dos, ella ya le había susurrado algo del estilo “ahora sí que tendrán que cambiar las cosas. Te vas a enterar”. Ahí Sofía no se refería todavía a su madre como la hija de puta esa, pero a Aníbal, su padre, se le acabaron las copas con los amigos, las cervezas, los partidos de fútbol y se atuvo a lo que dijese Loreto, puesto que ella le obligó “a ponerla por delante de todo lo que existiera en el mundo”. La hija de puta esa…
Hidrógeno trata tantos temas como elementos tiene la tabla periódica. La combinación de elementos está salpicada con exquisitas referencias literarias, cinematográficas y musicales. Muy pertinentes, por cierto, que dotan de una original cohesión al relato. Así, las relaciones familiares son el tema principal: las de la madre con la hija, desde el desprecio y el desdén hasta el sometimiento. La del padre con la hija, desde el cariño y la protección hasta la admiración. La de la madre con el padre, desde el odio, el interés y el poder, hasta la angustia y la alienación. Si bien me costó entrar en la novela, fue a partir de su página 25, cuando leí lo que transcribo a continuación, y ya no la dejé hasta el final: “Y cuando se elige querer a alguien se le quiere más que cuando uno está obligado a querer por la cochina tradición de los lazos de sangre […] ¿Por qué ha de ser obligatorio querer a un hermano, incluso querer a una madre? Incluso hay cientos de miles de madres que se quieren cientos de miles de veces más que a sí mismas que a sus hijos”.
Hidrógeno trata el alcoholismo, la violencia psicológica y el chantaje que ejerce la mujer sobre el hombre, las complejas relaciones entre padres e hijos «hemos venido al mundo a través de nuestros padres, no para ser una extensión de ellos», pero se plantean dos temas bisagra. El primero, la prostitución y las MILF (Mother’s I’d Like to Fuck) que sirven para mostrar algunos prejuicios que la sociedad aún mantiene: «tendrá que pagar para follar», «tendrá que acudir a un banco de semen si quiere tener hijos»… «No vengas. Es demasiado horrible. Huye, huye», como escribiría Lovecraft. El segundo asunto es el clasismo social, tan repugnante, que se muestra con tintes de esperpento, de deformación, desde mi punto de vista. La bambolla social traerá vicio que corrompe, infelicidad, desestructuración familiar, criadas pobres manoseadas y embarazadas y señoritos casados con ricas al grito de un «te lo juro por Snoopy».
Acabo con un último apunte. La escritura de Hidrógeno tiene mérito. Mérito por su cadencia narrativa, parsimoniosa durante las primeras páginas, pero fulgurante y dinámica después. Hidrógeno me recordó a lo que me dijo una vez un editor: «¿Quieres saber qué es lo que más les cuesta a los escritores? Dosificar la tensión de sus novelas, entregarle al lector lo que necesita en cada momento del libro». Es lo que se llama «la paradoja del lector», que consiste, básicamente, en jugar con los niveles de ignorancia que el lector tiene mientras lee. Pues bien, Ricardo Martínez Llorca ha aplicado esta técnica con la suficiente maestría que le ha permitido dotar de verdadera calidad narrativa a Hidrógeno, novela que pasará a formar parte como componente del aire que respira la buena ficción.
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Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Hidrógeno. Editorial: Lastura. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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