Las fechas exactas.
Sesenta días en Ghana
Mario Amadas
La Máquina
Barcelona,
215 páginas
Un día el mar recordará
el nombre de todos los ahogados en el mayor ejercicio de memoria que se puede
concebir, pero para nosotros guardar todos los hechos que nos han sucedido y
todas las imágenes que hemos vividos se nos antoja una empresa imposible. Estamos
demasiado limitados, aunque el adverbio demasiado es una redundancia: cualquier
límite siempre es algo excesivo, algo de lo que desearíamos deshacernos. Este
libro, Las fechas exactas, participa de esta maldición por parte de su
autor, Mario Amadas (Barcelona, 1986), centrándose en el par de meses que
transcurrieron en Ghana, a donde fue para cumplir una pequeña misión en una
ecoaldea. Se le contrata para redactar un texto publicitario extenso, que
refleje todas las bondades del proyecto, un objetivo que cumple a mitad de
estancia para poder liberarse de las ataduras y visitar el país. Hemos dicho
límites y ahora mencionamos ataduras. Al parecer, el proyecto que visita
termina por mostrar muchas caras decepcionantes, incluso poco humanitarias, y
el autor deja que nos volvamos a preguntar cuánto puede haber de farsa en estos
proyectos de organizaciones no gubernamentales. El desencuentro nos remite, una
vez más, a la pregunta de otro viajero vertical en África, Rimbaud, y su ¿qué
hago yo aquí?
Mario Amadas concibe el
libro en orden cronológico, comenzando en los días previos al viaje, y lo narra
todo con un estilo bastante enunciativo que funciona, intencionadamente, a
medio galope. No hay diálogos ni ramas que nos evadan del tronco: el autor sabe
que debe centrar al lector en los asuntos que le conciernen, que para eso les
convoca, y recurre a lo efectivo, pues el contenido en sí ya es lo bastante
valiente. Se irá cuestionando en qué consiste el viaje, las razones y efectos,
y también, como en el caso de la ecoaldea, sus farsas. Nos mostrará cómo el
visitante está expuesto al asombro compatible con la admiración, y elogiará la
bondad de los desconocidos. Expondrá costumbres, pero no para aturdirnos con la
sorpresa, sino para mostrarnos las cuestiones que atañen a la adaptación. De
este modo, los paradigmas que parten del descubrimiento se referirán tanto a la
vida en el lugar de destino como a la vida en el lugar de origen. En realidad,
se siente como un paracaidista que cae del cielo sin tener muy claro dónde ha
llegado. Eso sí, es un escritor muy consciente de cuál es el sustrato sobre el
que percibe, y se manifiesta constantemente contra los errores de
interpretación que tienen que ver con los prejuicios, contra ese fenómeno
psicológico que no llega a nombrar y que conocemos como disonancia cognitiva, y
sus malas resoluciones, tan propias del lugar del que viene.
Lo que importa es
intentar entender, no entender. Si lo hubiera conseguido, no precisaría de
tantas palabras. Lo que importa es ser buena persona, que es la demostración de
humanidad más patente. Y esto lo apoya alguien que por momentos parece rozar la
misantropía, de la que le libran los buenos actos de los demás y, por otra
parte, que sería capaz de practicarla también consigo mismo.
«Hay un sufrimiento humano debajo de ese sol de aventura, de
esas vacaciones africanas de leyenda, y nada de esto puede quedar oculto», dice, tras sostener que no puede escribir sobre lo que no
ve y su compromiso sólo puede ser con la verdad. Esa verdad que responde a enunciados
directos, a lo que viene del registro de nuestra actividad y que no siempre
guardamos en la memoria, porque esta tiende a conservar los momentos más
poéticos, más graciosos, más disparatados, más amorosos. Mario Amadas se ha
resistido a considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque pudo ser
mejor para él a través de una maravillosa experiencia, pero allí quedaron las
demás personas.
Fuente: Zenda
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