Los virtuosos
Yasmina Khadra
Traducción de Wenceslao-Carlos
Lozano
Alianza
Madrid, 2023
473 páginas
Así se expresa nuestro
narrador hacia el final de la obra: «No
creo haber llevado luz a ninguna parte y espero no habérsela apagado a nadie».
¿Es esto sabiduría? ¿O es renunciar a la sabiduría? La filosofía se agota a
medida que uno desciende dentro de sí mismo, que es lo que hace este anciano al
relatarnos su vida. Yasmina Khadra (Kenadsa, 1955) es un narrador y apenas se
permite alguna digresión como conclusión a la vida que ha creado. Pero en esta
vida uno va encontrando la reflexión que se nos impone: no vamos a hallar
solución al tratar sobre el destino de la vida. Khadra nos trae un relato en el
que la espiritualidad es de carne y hueso.
A un muchacho le proponen, bajo extorsión y
con premios fingidos, sustituir al hijo de un cacique como soldado en la Primera
Guerra Mundial. Es una supuesta cuestión de honor, de la que uno sólo puede
salir escaldado: ¿qué tiene que ver el honor con la guerra? Ya sabemos que en
esa atmósfera es una farsa. Pero durante su etapa en el frente francés, este
joven argelino creará una hermandad con otros muchachos, con otros desesperados
que apenas se enteran de qué trata el conflicto, pues parecen vivirlo desde la periferia
a la que sí llegan el horror y la muerte. A su regreso, lo que se encuentra le
obligará a exiliarse dentro de su propio país, a emprender una huida sin
alejarse, pues a la vez que se esconde busca a su familia. Durante una buena
parte de la novela asistimos a un Bildugsroman en el que no faltan
elementos que ya hemos conocido: ser amante de una mujer adinerada, prófugo de
la justicia, guerrillero, vendedor o convivir con los desheredados. Todo lo que
puede ir aprendiendo surge de las relaciones crudas. Así se impone un conocimiento
de la condición humana que debería ir modificando al personaje, pero su
ingenuidad permanecerá. En algún episodio confiesa que se ha visto obligado a
huir por una mentira, pues antes de cumplir los veinte años jamás había escuchado
otra.
Seguiremos a este hombre desterrado a través
de una geografía en la que hay muchos más humillados y ofendidos que ganadores.
Vamos comprobando cómo cada vez que intenta hacer el bien, recibe a cambio una
injusticia, le sobreviene el mal. Pero jamás se autocompadece. La vida no le da
tregua y lo que le pone por delante es una lucha detrás de otra. A lo largo de
cada una de ellas, que dan pie a una sencilla estructura encadenada, van reapareciendo
los personajes que le acompañaron durante la guerra. Ellos también son seres
afectados, con limitaciones a la hora de apoyarle. Pero como han conocido su
parte buena, no pueden dejar de ayudar, y el grado de esta ayuda va
incrementándose, pues a medida que transcurren las páginas la intensidad de
esas intervenciones se agrava.
La vida va decidiendo por nuestro
protagonista, cuya vida vamos conociendo como si nos hubiéramos subido a un
viaje. Recorremos la cartografía de un país muy desconocido, la Argelia de hace
un siglo, pero no la recorremos al completo: sólo se nos muestran los
callejones y los desfiladeros, los rincones donde uno puede esconderse o, para
ser más exactos, apartarse del mundo y desde ahí seguir fisgando, pues nuestro
héroe tiene un propósito claro: encontrar a su familia y, más adelante,
recuperar a la que él ha creado. Hemos utilizado la palabra héroe, no porque
nos recuerde a un personaje homérico o de película de acción, sino porque nos
remite, en buena medida, a esos chicos que se veían obligados a abandonar su
hogar para buscarse la vida en los clásicos cuentos de hadas, con una mano por
delante y otra por detrás. Y en su camino se toparán con ogros y magos, con
brujas y hadas. Pero Khadra no quiere expresarse con metáforas ni alegorías:
vivir sigue siendo una experiencia ruda.
Fuente: Zenda
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