Asilvestrados
Isabella Tree
Traducción de David Muñoz
Mateos
Capitán Swing
Madrid, 2023
399 páginas
Pudieron echarnos del
jardín del Edén por querer parecernos a Dios, pero ningún ángel guardián con
una espada de fuego puede impedir que regresemos a él. La evolución nos dotó
con un dedo pulgar gracias al cual aprendimos a manejar herramientas, y este
sería uno de los pilares para el desarrollo de la inteligencia. Entre la furia
de Dios y el desarrollo de la inteligencia podemos elegir la segunda, y así
retomar el camino de regreso al paraíso. Isabella Tree (Dorset, 1964) nos
relata en esta experiencia, Asilvestrados, que basta con saber
compaginar la mentalidad del agricultor con la del conservacionista, que es la
propia de la corriente naturalista en el pensamiento ecológico, y tener un buen
propósito, un proyecto noble. El resto es tenacidad. Somos los causantes de la
destrucción ecológica a gran escala, pero la suma de creaciones a pequeña
escala puede compensar esta maldición, y leer cómo se consigue llevar a cabo
nos ayuda a convencernos de que puede estar haciéndose cada vez más tarde, pero
la batalla merece la pena.
El fundamento que hace de
este libro una lección maravillosa es darnos cuenta de que el ecologismo no
consiste en denunciar, porque desde los principios de defensa de Gaia podemos
ser creativos y sumar, construir, mejorar, aportar protección y sanear el
entorno. El concepto que se va manejando a lo largo de la obra, que describe dos
décadas de mejora de una región con varias hectáreas de tierra al sur de
Inglaterra, es el de resilvestración. El deseo que se impone es el de un mundo
salvaje, en el sentido que da a la palabra salvaje George Monbiot, que aboga
por la creación de ecosistemas pertinaces, gobernados por sus propios procesos
en vez de por la gestión humana. Basta de tratar lo supuestamente natural como
si fuera un jardín, que es lo que sucede en buena parte del Reino Unido. A
partir de ahora recurriremos a lo que es propio de los humanos a la hora de
relacionarnos con el planeta, a la amistad, la justicia, la memoria o la
ilusión. Y también esa cualidad sagrada que conocemos como respeto. Este neosalvajismo
permite que la naturaleza se imponga, para lo cual la intervención humana debe
ser de lo más sensata, meditada y estudiada, respetuosa, científica y
esperanzadora.
A lo largo del libro leeremos
sobre vacas y castores, lombrices y tórtolas, sobre paisajes y especies
vegetales que crean paisajes, todo adaptado al lugar, todo asimilado en una labor
que se remonta cientos de años atrás y tiene en cuenta los pareceres de científicos
históricos, incluyendo aquellos cuya única herramienta para aprender sobre la
naturaleza era la observación. La autora se cuestiona si conocemos bien el
entorno y defiende la duda necesaria para progresar en dirección adecuada.
Tener por principios que sustentan el proyecto a la duda y a la observación nos
llevan a pensar en las trazas espirituales que hay detrás de su ánimo. Pero no
se dejará llevar por ellas, pues el texto no tiene ninguna pretensión beata. Estamos
ante un libro exhaustivo en lo científico, detallado en lo práctico, de memoria
propia en lo académico. Estamos ante la confirmación de que el aprendizaje se
ejecuta intentando sacar adelante nuestros sueños. Seguiremos siendo bosque, a
pesar de empeñarnos en tratar de inventarnos como cemento y asfalto. La
incomprensión que puede generar a nuestro alrededor el espíritu de estos
proyectos tiene que ver con la desinformación y con ese artificio que hemos
creado y leemos como algo necesario al que llamamos tradición. Esa misma
tradición es la que liquidó a los castores, explotó a las vacas, mató a las
lombrices y alejó para siempre a las tórtolas.
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