Japón, el archipiélago
de las estaciones
José Antonio de Ory
La línea del horizonte
Madrid, 2023
377 páginas
El cielo no es un lugar,
sino un estado del alma. Eso es lo que se nos garantiza desde hace años, y la
garantía la firman filósofos, teólogos y todos los que pretenden llevar una
vida espiritual. Pero el cielo queda demasiado lejos y lo que está a nuestro
alcance, allí donde podemos llegar viajando, será lo que nos demuestre que los
lugares son estados del alma. Como, por ejemplo, Japón. Hemos leído los
maravillosos libros de Alex Kerr que así lo certifican. Y ahora nos llega esta
obra, este viaje vertical o, para ser más exactos, estas conclusiones del viaje
vertical que el diplomático José Antonio de Ory ha vivido durante cuatro años.
Todo parte del encuentro con el otro, que en este caso no cesa de producirse:
no hay forma de acompasar nuestro anhelo al de ellos por más tiempo que pasemos
conviviendo, así pues, lo que debemos es describir para así, sin dirigir el
pensamiento desde nuestros prejuicios, o dirigiéndolo lo menos posible,
intentar llegar a alguna conclusión. O intentar que el lector llegue a
conclusiones. La primera conclusión posible, y tal vez la única que vamos a garantizar,
es el asombro que surge de las paradojas. ¿Cómo es posible que las formas de vida
sean tan diferentes?
De Ory maneja muy bien la
distancia para situarnos en la mirada del viajero que extrae las formas de otra
cultura. No nos cabe duda de que en esta búsqueda de la empatía hay admiración,
una admiración sin sobresaltos y que no cede ante las tentaciones de elogiar ni
de ironizar. Sus impresiones, que son más representación que relato, tocan todas
las disciplinas necesarias para aprender durante el viaje: la historia, la
sociología, la psicología, la etnología. Pero cabe destacar que no es la
observación directa su única fuente. Consciente de las limitaciones que uno
tiene, por poseer sólo cinco sentidos y no disponer de siglos que le permitan
profundizar, recurre a novelas y películas de las que extrae otras muestras de
vida, de costumbres, de hábitos, de rutinas.
Estamos ante una sociedad
que parece aislada, que se ha hecho a sí misma a partir de unos principios que
nos resultan extraños. La extrañeza, ya se sabe, es uno de los recursos que
mejor manejados más atrapan al lector. Y aquí atrapan mucho, porque hay mucho
que descubrir. A lo largo de la lectura, a medida que vamos adentrándonos en la
sociedad tan ritualizada, en las normas tan ritualizadas, en los gestos
rituales, nos iremos preguntando si no estamos ante un mundo paralelo al
nuestro que conserva la adolescencia, o tal vez nos habla de un país distópico
que vaticina demasiadas cosas, o nos preguntaremos qué hay de enfermedad y qué
de salud en el planeta Japón. No es fácil de comprender, pero sí que podemos identificar
que eso que solemos llamar belleza no está ausente, pero no por asaltarnos
constantemente: en Japón puede que no haya tantas ocasiones de padecer el síndrome
de Stendhal, pero será imposible eludir la impresión de que hay una búsqueda de
la belleza, un deseo constante de una forma de vida poética, o al menos lírica.
De Ory nos habla también de todos los rincones oscuros que esta sociedad de
contrastes produce, porque ninguna forma social, nos viene a sugerir, posee del
todo la razón.
Parece que la seguridad
de lo esperado es uno de los fundamentos de la vida en Japón, de ahí el ritualizar
tanto los gestos como el lenguaje. El libro es delicioso, bien equilibrado, a
pesar de ser fundamentalmente informativo. Y nos lleva a cuestionarnos
demasiadas cosas, como por ejemplo si no deberíamos arrojar sobre nosotros
mismos esta misma mirada de asombro, y a continuación cuestionarnos todos esos
valores que tenemos por absolutos.
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