Diario del ladrón
Jean Genet
Traducción de Lydia
Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire
Madrid, 2023
345 páginas
No vivimos por inercia,
aunque es lo que nos gustaría a la mayor parte de nosotros. La vida sucede
cuando hay escollos de por medio, cuando uno tiene que intervenir, tomar
decisiones, crear una moral. Lo que cabe preguntarse, ante ciertas construcciones
humanas, ciertas condiciones humanas, ciertas formas de ética, es de dónde
surgen, cómo brotaron, por qué existen. Las preguntas, que tal vez podríamos
llamar intrigas, están constantemente alterándonos durante la lectura de este Diario
del ladrón, una obra que sigue sin envejecer, que sigue siendo un gran atrevimiento.
Que alguien la haya escrito nos puede incomodar; pero que alguien haya vivido
lo que aquí se expone, nos llena de cicatrices, unas cicatrices de una batalla
que ni siquiera hemos protagonizado, que, en buena medida, nos cuesta creer que
nadie haya podido protagonizarla.
«—Hay que ser vicioso para follar con ese tipo —me dijo un día Stilitano refiriéndose a Salvador.
»¡Admirable vicio, dulce y benévolo, que me permite amar a los
feos, a los sucios y a los desfigurados!»
Con un ritmo de galope,
en ocasiones sincopado, pero siempre atento al oído para que no desfallezca la
cabalgada a lomos del realismo, Jean Genet (París, 1910 – 1986) nos sigue sorprendiendo,
pues lo que otros veríamos como suciedad, para él es el orden natural de las
cosas. En buena medida, nuestra única forma de intervenir en ese ambiente es
esta lectura, pues no será frecuente que quienes hayan navegado a través del
robo y el sexo como él lo ha hecho dediquen su tiempo posterior a la
literatura. Hemos dicho literatura y deberíamos significar que es arte, pues el
juego del sexo, que no esconde descripciones que podríamos catalogar como
pornográficas, cala de forma erótica, y el del ambiente lumpen en una
comunicación poética. Lo que ocurre es que no se aproxima al lirismo, huye de
lo cursi. Tal vez porque posee la potencia de los relatos autobiográficos
escritos por quien realmente tiene algo que contar. Pensamos, por ejemplo, en
Mohamed Chukri, por mencionar a un autor al que esta misma editorial recupera
en ediciones maravillosas.
Cabe volver a mencionar
el valor de Genet a la hora de exponerse. «Les reconozco a los ladrones, a los
traidores, a los asesinos, a los malvados, a los delincuentes, una belleza
profunda —una belleza en bajorrelieve— que no veo en vosotros». En ese sentido, siendo una estrategia psicoanalítica, es
todo lo contrario a un psicoanálisis. La terapia no sucede en un diván y en una
comunicación con uno mismo, pues el autor pretende la divulgación universal. No
se trata de sanar, porque no existe una enfermedad que nos asedie. Es posible
que los enfermos seamos los demás, que nos encontremos en el lado equivocado,
presos de esa construcción social que llamamos conciencia. Genet será, en ese
sentido, valiente, además de sincero. Nos muestras que se puede ser autodidacta
en términos morales, partiendo desde cero; nos indica que la nobleza no es,
necesariamente, lo que hemos ido identificando con nobleza, porque nos hemos
encontrado a merced del relato de los que quieren que les creamos a ellos como
nobles. «Mi valor consistió en destruir las habituales razones para vivir
y descubrirme otras. El descubrimiento se hizo lentamente».
Genet es descriptivo y es
reflexivo. Recuerda sin nostalgia, sin rencor, con la dosis justa de orgullo
como para mantenerse entero: «La traición, el robo y la homosexualidad
son los temas fundamentales de este libro. Entre ellos existe una relación no
siempre aparente en la que me parece reconocer una especie de intercambio vascular».
Esta edición corrige las
imperfecciones de las anteriores, que han venid en forma de frases censuradas o
eufemismos, en ocasiones con metáforas imprecisas. Y sigue siendo uno de los grandes
testimonios literarios del siglo XX:
«Si intento recomponer con palabras mi actitud de entonces, no
engañaré al lector, ni a mí mismo. Sabemos que nuestro lenguaje no es capaz de
recordar ni siquiera el reflejo de esos estados difuntos, extraños. Lo mismo
sucedería con todo este diario si tuviera que ser la transcripción de lo que
fui. Así que precisaré que revela lo que soy hoy, al escribirlo. No va en busca
del que fui en el pasado, sino que es una obra de arte cuya materia-pretexto es
mi vida de antaño. Será un presente fijado con ayuda del pasado, no al revés.
Sabed, pues, que los hechos fueron como digo, pero la interpretación que
extraigo procede de quien soy hoy, de aquel en quien me he convertido».
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