Viajes por mi jardín
Nicolas Jolivot
Traducción de Inés Clavero
Errata Naturae
Madrid, 2023
206 páginas
Se cuenta que cuando
Ernest H. Shepard fue a entrevistarse antes de ilustrar la obra de Kenneth
Grahame El viento en los sauces, el autor, un anciano que miraba a su
alrededor con serenidad, se despidió de él deseándole que hiciera un buen
trabajo porque «a estas criaturas les tengo mucho
cariño». Las criaturas son una rana, un tejón, un ratón de campo… El
trabajo del ilustrador no desmereció al del autor, y las ediciones que se han
publicado resultan una delicia porque atañen a ese deseo de querer permanecer
inocentes, que es una de las mejores partes de nuestra conciencia.
Cuando uno comienza a
leer y contemplar este Viajes por mi jardín, siente que esa emoción
vuelve a conformarse dentro de él. El libro es bueno porque nos hace sentir
mejores, y mejores no quiere decir superiores a otros en fuerza o inteligencia,
sino sinceros y sencillos. La sabiduría consiste en un par de ideas humildes:
aprender a separar el trigo de la paja y dejar que las cosas sin importancia se
las lleve el viento: «Este jardín pertenece tanto a mis
predecesores como a mis sucesores, pues los lugares son como galones infinitos,
donde las personas no son más que motivos dibujados encima. Y yo soy el pupilo
de paso en este trocito de planeta».
Nicolas Jolivot (1965) ha
viajado durante treinta años y ahora siente el impulso a ser sedentario. Su
jardín le ofrecerá la posibilidad de descubrir que la naturaleza en pequeñas
dosis es más que suficiente como para rellenar toda una vida. Ahí están las
plantas, los insectos y los pájaros. De alguna manera, quisiera hablar con
ellos, sentir que el jardín le habla. De alguna manera, es un sucesor del
espíritu que leemos en la leyenda de San Francisco de Asís. Pero Jolivot,
además de expresarse con palabras, ilustra. O, sobre todo ilustra.
El libro es un regalo
visual, una preciosa edición que contiene imágenes nítidas, puras, delicadas y
precisas. Unas composiciones bien mimadas y un sentido visual táctico,
efectivo, pero sin estridencias, a los que acompaña un afán divulgativo: cada
personaje, cada insecto, planta o ave, viene acompañada por su nombre técnico
y, en muchas ocasiones, por una explicación que es personal, pero podría ser la
que todos compartiríamos de haber tenido contacto con ellos.
El mundo, o las
sensaciones del mundo, se concentran en unos metros cuadrados y en el periodo
de un año. Un poco a modo de dietario, el libro está diseñado en doce partes,
tantas como meses, para así centrarse en la evolución de lo que acontece en el
jardín. Mientras tanto, viajamos en el tiempo y conocemos la historia del
terreno, de la casa y de los abuelos que son, en buena medida, los que darán el
tono nostálgico al libro. Porque, aunque nos hable de lo que sucede en
presente, nos enfrentamos a una serie de emociones que hoy en día se producen
con escasa, por no decir nula, frecuencia. Hoy imperan las pantallas, Tik-Tok,
Instagram, Tínder, y no esta ausencia total de tecnología con la que vamos
conociendo el mundo, el microcosmos que contiene todo lo que de valor hay en el
cosmos. Hoy la atención está dispersa, si es que existe, y Jolivot reivindica
todo lo bueno que podemos extraer, en lo tocante a lo sentimental, si la ponemos
al día: «Al remover la tierra, voy descubriendo regularmente restos
del pasado. Antes de ayer, exhumé el cristal de una lupa, ayer unos juguetes de
mis hijos, una figurita Pokémon y un dinosaurio de plástico. Siempre los
entierro de nuevo por el placer, casi doloroso, de encontrarlos otra vez dentro
de unos años y volver a recordar». Estamos ante un libro precioso.
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