Un largo camino
Ishmael Beah
Traducción de Esther Roig
Big Sur
Barcelona, 2023
278 páginas
Así es como enuncia su primer
disparo contra los rebeldes durante su primer encuentro bélico: «Maté a un hombre». Un largo camino, que lleva
por subtítulo Memorias de un niño soldado, es uno de los grandes libros
que ensordecen por su sencillez, como formulación literaria, y por su contundencia
en los hechos narrados. Ishmael Beah nació en Sierra Leona y sobrevivió a todos
los males, a los peores, que el hombre ha podido crear: una diáspora escondiéndose
en la selva siendo púber, apenas acompañado por otros jóvenes tan perdidos y
hambrientos como él; ser niño soldado y convertirse en un tipo sanguinario,
drogado; un violentísimo proceso de recuperación. Estas memorias están escritas
desde cierta seguridad, tras años de vida en una población de Estados Unidos,
donde encuentra refugio y familia.
La historia de
supervivencia de Beah está relatada sin rencor. Ni siquiera apuntes nostálgicos
aparecen en ningún momento. El estilo puede llegar a ser telegráfico y es esa simplicidad
la que hace creíble la historia. La capacidad expresiva se reduce a lo esencial,
porque la realidad no precisa de gestos fuera de lo común. La potencia ya está
en la pesadilla, sin alardes, sin recursos de lenguaje. Nada hay más verosímil
que un sí o un no, nada más atado al suelo que pisamos que mencionar nuestro
primer asesinato soltando, sin amparo, maté a un hombre. De no ser porque se
nos advierte en la biografía, no adivinaríamos que esta obra está narrada desde
un hogar: podría tratarse de unas memorias dictadas en una celda. De hecho, la
constante que recorre el texto es la imposibilidad de hallar refugio. El
conflicto, y decir que la palabra conflicto es un eufemismo resulta, a su vez,
un eufemismo, no cesa de perseguirle, y uno lee que ese mismo conflicto, esa
misma guerra, ese sadismo, está presente en todas las vidas de los habitantes
de Sierra Leona. Casi cualquier narración de cualquiera de las personas con las
que se cruza o convive tendría idéntico interés, idéntica pegada, provocaría el
mismo estremecimiento.
Y hablamos de uno de los
mayores estremecimientos que podrá provocarnos ningún libro hasta ahora leído.
Hemos seguido al muchacho
en un itinerario demoledor, en el que el miedo, que tampoco concede al autor
una excusa para el lucimiento expresivo, es una constante. «Nuestra inocencia se había tornado en miedo y nos habíamos vuelto
monstruos». Beah confiesa que no sabía lo que iba a hacer con su vida
porque «tenía la sensación de estar empezando una y otra vez. Siempre
estaba en movimiento (..). Sobrevivir era mi único objetivo en la vida». Al dejar de controlar su futuro, y su presente, se limita a
aprender a sobrevivir. Hasta que se convierte en un drogado niño de la guerra,
armado, y se transforma en un loco violento, capaz de obligar a los vencidos a
cavar su propia tumba, bajo la lluvia, y enterrarlos vivos mientras fuma marihuana,
después de apuñalarles las piernas mientras se ríe: «se quedaron quietos mirándonos con ojos tristes y pálidos. Forcejearon
debajo del barro con todas sus fuerzas. Los oía gruñir debajo, luchando por
respirar. Poco a poco se rindieron y nosotros nos alejamos».
Sabemos que su final, o
al menos el final desde el que están escritas las memorias, es casi feliz, pero
también sabemos que es privilegiado: son más los que quedaron enterrados, real y
psicológicamente, en esos episodios, que los que salieron a flote. Acostumbrados
a las novelas de iniciación, al Dickens de Oliver Twist y David
Copperfield, este libro nos hará sentir que cualquier otro relato,
cualquier otra ficción, que trate el tema es una menudencia. Hay que ser
valiente para leerlo y la recomendación para quien quiera sentirse vivo siempre
será armarse de valor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario