Un nublao de tiniebla
y pedernal
Miguel Ángel González
Comba
Barcelona, 2021
175 páginas
Dividido en capítulos
cortos, sencillos, como quien divide un pastel entre una multitud, Miguel Ángel
González nos describe una familia que bien podría ser la suya, por las
referencias que ubican el tiempo en que transcurre la vida de los
protagonistas. O bien podría tratarse de una serie de personajes inventados, o
una combinación de ambas, unos personajes sobre los que no falta una impronta
ideal: seres que vivieron para hacer de la vida un lugar más rico, si por
riqueza entendemos la acumulación de experiencias, el aprendizaje, la
curiosidad y los abrazos. Los retratos se encadenan con una cortesía y una
ternura que nos recuerda a Marcel Pagnol, en una estructura que nos remite, con
cierta libertad, a George Perec ideando Me acuerdo -Je me souviens-.
Todo desarrollado en un estilo directo que nos remite a El guardián entre el
centeno. Pero no terminan ahí las improntas que va dejando el texto, a las
que nos remite con mucha libertad y que están muy bien asimiladas, pues en ningún
momento uno siente la tentación de pensar que nuestro autor imita. Está también
la serie Cuéntame entre las imágenes que de vez en cuando se nos pasa
por la cabeza a lo largo de la lectura. El narrador que recuerda la infancia
vivió en los años ochenta, cuando estábamos muchos despertando, entre seres
bipolares en la personalidad, pero no en la enfermedad mental. Se trata, en
cierta medida, de un texto de época en el sentido en que nos habla de un
momento histórico y cómo sobrenadábamos en él.
Leído a fecha de hoy, uno
no puede evitar pensar cuánto hay de reivindicación en la novela. No existe internet,
no existen los teléfonos móviles y casi no se enciende la televisión. La vida
no sucede en las pantallas, sino en la calle, en la cocina, en la habitación
donde compartimos el sueño con alguno de nuestros hermanos. De esta forma,
Miguel Ángel González escribe una obra que nos recuerda que vivir ha podido ser
divertido, pero que nos lleva a preguntarnos si fue algo más que divertido,
pues hemos vivido también las vidas de los otros. De hecho, son las otras vidas
las que se constituirán en fuente literaria, como en los tiempos de Chéjov,
antes de que la literatura se alimentara de la literatura.
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