Niadela
Beatriz Montañez
Errata Naturae
Madrid, 2021
338 páginas
La cabaña de Walden se
encontraba a una distancia de la ciudad de Concord que permitía a Thoreau bajar
a comer con su madre y pasear saludando a vecinos en cuanto la soledad le
comprimiera. Aquí, en este lugar que Montañez bautiza como Niadela, no
aparecerá casi ningún viaje, al menos a lo largo del primer año de estancia,
que es el que aparece reflejado en el texto. Si Liptrop necesitaba sanar y expresa
la sanación con una energía que se integra en un flujo de movimiento de la
naturaleza en el que va reconociendo una forma de entregarse a él con armonía,
Montañez muestra una cierta resistencia que se irá aclarando a medida que pasen
los días. La sensación que da es la de esfuerzo, un esfuerzo contra la
maldición psicológica, que tiene mucho que ver con el ambiente, que le ha
llevado hasta allí; un esfuerzo contra la decisión de aislarse y un cierto
esfuerzo por entender qué es la naturaleza, ese lugar lleno de insectos y arácnidos
que no ponen la comodidad al alcance de la mano. Las expresiones de Montañez, que
en ocasiones tiende a refugiarse en lo lugares conocidos del mito, dejan de ser
resistencia a lo que vive, que es, a su vez, resistencia a lo que ha vivido,
para verse como más poesía cuando se expresa con sencillez. La sinceridad no
siempre está en el estilismo, excepto cuando leemos a Azorín o a Gabriel Miró. Sigue
sin ser posible ser sublime sin interrupción, y agradecemos a Beatriz Montañez
que se muestre humana, con frecuencia juvenil, en sus reflexiones. Al fin y al
cabo, se trata de un aprendizaje. En ese sentido, esta experiencia biográfica
no deja de tener un buen componente de Bildungsroman.
Antes de asentarse en los
bosques, Montañez participó de otra búsqueda mítica: la meditación entre los
monjes de Asia. Esto nos llevará a preguntarnos cuál es la función de los
mitos. En Niadela vamos comprobando que tal vez no se puedan constituir
en fórmulas universales, pero que bastante valor tiene el mito si es capaz de
ayudar a rescatar una vida. Por su parte, la literatura nos permite compartir
ese rescate. A pesar de los bichos, cuya lucha de la autora por entenderlos e
integrarlos en el día a día como un trozo de vida, se nos puede antojar una
metáfora del deseo de abandonar un espíritu misántropo, pues nosotros somos
bichos de asfalto. Será en los bichos donde mejor practique el espíritu de observación
que constituye la mirada sanadora. Si uno es capaz de tratar con cariño a una
araña cargada de crías, está a salvo de casi cualquier forma de odio o de
rabia. Ha vencido las resistencias del lugar, se ha adaptado, sabe respirar.
Esa expresión que en alguna ocasión utiliza Montañez, la de las crudas leyes de
la naturaleza, deja de tener sentido: la naturaleza no es el lugar donde los
pollos pasean crudos, como diría Cortázar, es el lugar donde nosotros paseamos
desnudos, siendo la desnudez un atributo del hombre libre. En otra época
viajábamos al sur o creíamos que Hotel California era una canción que
los Eagles cantaban sólo para nosotros. Eran momentos en que catalogábamos los estímulos
por un sencillo ‘me gusta’ o ‘no me gusta’. Hasta que nos dimos cuenta de que
al preguntarnos por qué nos gusta algo, muchas veces nos topábamos con lo peor
de uno mismo. Comenzamos a dudar de nosotros y supimos que no éramos seres
puros.
Niadela es más una inspiración que un
incendio en el lector. Sabemos que Beatriz Montañez ha sobrevivido con
naturalidad a esos primeros trescientos sesenta y cinco días, y que sigue
viviendo, cinco años después, en esa cabaña en los bosques. Ha ido adaptando el
lugar, porque se ha ido integrando en una forma de vivir que no interrumpe
ninguna otra expresión de bondad que pueda regar el planeta. Uno puede pensar
que el eremita es un egoísta, porque se aleja de la lucha contra la injusticia,
por ejemplo, esa que tiene lugar en la calle, esa contra la que los estudiantes
de París levantaron adoquines en 1968. Pero el cariño que uno siente hacia la
naturaleza, de la que hemos renegado, maldita sea, y a la que podemos encontrar
gracias a estas expresiones literarias, no pueden sino hacernos desear a gente
como Amy Liptrop o Beatriz Montañez, la mejor de las suertes. Y a nosotros arrepentirnos
de nuestra cobardía y proponernos aprender a convivir con ella, a respirarla, a
encontrar la sanación de la piel hacia dentro y a través, cómo no, de la bonhomía.
Fuente: Revista de letras
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