Las estrellas, la nieve, el
fuego
John
Haines
Traducción
de Clara Ministral
Volcano
Madrid,
2019
250
páginas
El
mito de la última frontera es una realidad. Lo que sucede es que esta frontera
no siempre está en la geografía, donde los lugares legendarios, los menos
explorados, ya son tan inhóspitos como para preferir contemplarlos con
distancia. Ahora están en el humo de la memoria, nuestro continente preferido
para vislumbrar de nuevo lo que más hemos amado, los mejores tiempos, las
fuentes de las que emana la poesía. Hacia allí viaja John Haines (Norfolk, 1924
– Fairbanks, 2011) en un libro en el que Alaska se nos revela como la última
frontera de los mejores tiempos. El paso de los años ha transformado el lugar para
convertirlo en un ambiente casi romántico tras superar los escollos casi
extremos de la supervivencia. Fueron veinticinco los años que Haines vivió
allí, en los bosques, en una cabaña, entre las estrellas, la nieve y el fuego,
tal y como reza el título de la obra.
De
esa experiencia destila retazos, fragmentos cuyo hilo conductor es el paso del
tiempo regido por los ciclos naturales. No existe el reloj, pero sí la
primavera. Al eludir la tiranía de la invención de las horas y los meses,
Haines contribuye a salvar al mundo. Renegar de la materia deleznable de la que
está hecho el tiempo ayuda a reservar la naturaleza. Vivimos, durante la
lectura, en unos paisajes que nos recuerdan, de forma inevitable, a los cuentos
de Jack London que suceden en el gran norte. Pero a diferencia de London, la
forma que tiene Haines de vivirlo es amable, tal vez porque es real. Nos
estamos refiriendo a un modo de vida elegido y por tanto una herida permanente
en los recuerdos, una contribución al lado bueno de la melancolía, porque la
tristeza es un sentimiento sano, como queda demostrado en este libro: hay
admiración y hay belleza.
Haines
medita mientras habla, para reproducir las sensaciones que tuvo meditando mientras
vivía. Aunque no cesa de contribuir a la acción con reflejos de caza, paseos al
límite y estampas de pureza, su espíritu le lleva una y otra vez a la contemplación
y a celebrar lo que contempla: Haines da la bienvenida a las moscas cuando despiertan
en primavera y comienzan a volar a su alrededor. Y su entorno carece vallas, de
muros, de cercas y de otras fronteras que no sean los límites naturales: las
montañas, el hielo, los osos, las tormentas. El libro nos habla de vivir todo
como una forma de experiencia. No se puede vivir por inercia, pues lo que
sucede nos exige actuar, poner motores en marcha, ser. La experiencia exige una
entrega, un esfuerzo, que Haines lamenta sea tan poco atractivo para la mayoría
de la gente. Es posible que de ahí surja esa nostalgia universal por la
naturaleza perdida, una depresión que muchos sentimos pero que pocos reconocen.
Si fuéramos más valientes, saldríamos más a buscar las últimas fronteras,
nuestra Alaska, la geográfica y la ideal, las que conservamos en ese aspecto de
la inteligencia que se llama ilusión y al que acudimos con demasiadas reservas.
Y eso que acudimos muy poco.
“En
el sentido con el que escribo, no existe el progreso, no existe un destino,
pues la esencia de las cosas ya se ha conocido, al lugar verdadero se llegó
hace mucho tiempo”, dice Haines. Pues eso, un lugar, este libro, que nos
recuerda que debemos frecuentar más la ilusión que alguna vez hemos tenido.
Fuente: La línea del horizonte
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