jueves, 4 de abril de 2019

OPUS GELBER


Opus Gelber
Leila Guerriero
Anagrama
Barcelona, 2019
330 páginas

El tema, digámoslo de entrada, es la fragilidad. Leila Guerriero (Junín, 1967) recurre a un perfil largo para hablarnos sobre la fragilidad, que es la fragilidad humana, esa que no se puede arreglar con tiritas ni cemento. “Desmitificar a la gente me parece la cosa más aberrante del mundo. Por eso el amor ideal es de seis de la tarde a una de la mañana. Alguien me dijo que era falta de madurez”, dice Bruno Gelber, el pianista a quien vamos conociendo, en una de las entrevistas. Él, que se confiesa atascado en el complejo de Edipo, elige el amor cuando las personas muestran su mejor rostro, de la misma manera que uno elige querer una sinfonía de Brahms o la Sonata Claro de Luna, a las que adoramos mientras las estamos escuchando: pura belleza, contenido sin continente, una experiencia que abarca más allá de los sentidos, que nos extrae de la tiranía del tiempo. Casi inmóvil ya en un apartamento de Buenos Aires, Gelber establece una relación con la autora en la que va primando la confianza, una amistad que incluso permite no responder a las llamadas del otro, si estas suceden a horas intempestivas, o cancelar la agenda para cubrir las horas en su compañía.
Podríamos hablar de un libro crepuscular, pero Gelber se rebelaría, pues a su juicio no existe el crepúsculo mientras se está vivo. Se vive todos los días y el crepúsculo solo sucede una vez, y es al final. Que Gelber tenga problemas de movilidad, entre otras cosas debido a las cicatrices de la polio que padeció con siete años y que también marcó su carácter, no significa que el mundo se pare y que uno no pueda ser espectador del mismo. Está su memoria, sí, pero también toda la gente que circula por su hogar, la gente con la que convive y la gente que le abra las ventanas, las reales y las metafóricas. El ejercicio literario de Leila Guerriero es de alta dificultad: conseguir una elegía mientras la persona está viva: “Me da también, en cantidades cada vez más generosas, recomendaciones que provienen del hábito del ocultamiento: “Date todos los gustos en los viajes”, “No te prives”, “Un caramelito cada tanto…”. Quizás porque su vida transcurrió en el subterfugio, en el disimulo”. Mientras va construyendo la obra, el perfil, y nos habla tanto de Gelber como de la necesidad que se impone de conocer más y más a Gelber, también se refiere a él en pasado, se refiere a él tanto con la memoria como con el registro. Existe en la tensión del texto el imperio de mantener caliente la presencia de Gelber, como en una elegía, pero con el pulso narrativo al que Guerriero nos tiene acostumbrados y que mantiene, esta vez, por encima de las trescientas páginas.
Así va construyendo a una persona, para nosotros, y a una relación, de tal manera que los vínculos se establecen, astutamente, en un juego a tres bandas: la narradora será quien nos ponga en contacto con el pianista. De él podemos sacar muchas conclusiones, podemos sentir más o menos afinidades. Pero un rasgo queda patente: la honradez. Gelber, esteta hasta el fondo del corazón, es honesto como son honestos los niños:
“-¡Pero la madurez no siempre es interesante! -dice (Gelber), vaciando un mejillón.
“-¿No te ayuda a entender mejor”
“-No. No tenés que entender. Tenés que sentir. Pasa por encima de todos los otros sistemas vitales.”
Exquisito, hedonista, presumido, guardián de la belleza, gran conversador, excéntrico solo con los amigos, investigador de la condición humana y generoso, que es el único rasgo por el que sabemos, con certeza, cuando nos encontramos frente a una buena persona. Ese es el Gelber que Leila Guerriero va construyendo: “Su arte consiste en ser el mejor vehículo de la obra de otros. Pero él es su mayor composición. Y nadie puede interpretarla”. Leila lo intenta, sí, y con mucho acierto, en lo que es un ejercicio que, si nos atenemos a la cita anterior, de conducir la obra de otro, Gelber, para prestárnosla y que podamos interpretarla. En el ejercicio apenas suenan notas falsas, esas que son necesarias para conservar la personalidad. Y la de la Leila Guerriero cronista, como la de Gelber, es de un enorme caudal de agua dulce.

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