La novela de la Costa Azul
Giuseppe
Scaraffia
Traducción
de Francisco Campillo
Periférica
Cáceres,
2019
430
páginas
El
ejercicio consiste en equilibrar relato y cartografía. No es una novela y
difícilmente se trata de un libro de viajes. Es un compendio narrado de amor
por una época, sobre todo las primeras décadas del siglo XX, en el que la Costa
Azul sirvió de circo y de hogar que facilitara la producción de buena parte de
la mejor literatura de la historia. En La
novela de la Costa Azul no solo los autores europeos entran en juego y
agradecen un clima y un ambiente que les facilita algo más que la literatura,
sino que se permite que arriben a sus playas y sus paisajes americanos como los
Fitzgerald o Hemingway, ese escritor que parecía estar en todas partes y
condicionar todo cuanto tocaba. Giuseppe Scaraffia (Turín, 1950) es muy
generoso y nos regala un cuadro de un lugar, en una época, que no carece de
impresionismo. Nos habla mucho de sensaciones, proyectando los vínculos que la literatura
pueda tener con la vida; nos acerca a los sentimientos, desde una visión en la
que se apunta a un profundo análisis de cada personaje, a un gran conocimiento
de su psicología, de la que destila sus rasgos principales, los que afectan a
cada uno en su relación con los demás; hay mucho hedonismo, reflejado en las
constantes versiones del amor humano, es decir, del amor entre hombres, pues
las tensiones sexuales condicionan no solo los días y las noches de nuestros autores,
sino también su oficio, sus ganas de escribir, su creatividad.
Que
todo esté compensado, cuando igualmente nos acerca a la familia Mann que a Jean
Cocteau, desde lo exquisito a los avatares en callejones, es un mérito de
innegable valor literario. El libro se lee como una sucesión de perfiles
fragmentados, pero bien diseñado como para no perdernos entre capítulos.
Scaraffia opta por los lugares -ciudades, aldeas, fincas- como centro de
interés, pues por cada uno de ellos fueron pasando, y dejando tanto rastro como
el que el lugar les dejó en ellos, la mayoría de los escritores. La caterva va
aumentando, como una bola de nieve, sin que se pierda el ritmo amable, vivo,
locuaz y sano del relato o de los relatos, unificados por un estilo conciso que
nos acoge como nos acogen los mejores amigos. La Costa Azul puede haber sido
sanatorio o manicomio, pero, en todo caso, un lugar del que salir transformado,
un lugar tal vez de guerra, pero al que los escritores saben llevar chocolate, imaginación
y una pasión que no se acaba.
La
lista sería muy extensa: desde Chéjov hasta Gide, desde Maypassant hasta
Katherine Mansfield, desde Somerset Maugham a Blasco Ibáñez, con algunas
intervenciones de otros personajes ubicuos, como Picasso o Chagall. Es un
tiempo en el que a los artistas les ha podido ir bien y hasta poseer su fortuna.
Pero también un tiempo en el que la gran mayoría de ellos han conocido una
bohemia que difícilmente puede seguir sobreviviendo en las calles de París o
Londres, demasiado ingratas, demasiado incómodas. La exploración que Scaraffia
hace es acerca de la influencia del paisaje en la construcción de lo que somos.
Su reflejo en la literatura tiene un motivo básico: es el lugar donde queda
mejor registro, donde identificamos un examen más sincero, donde reconocemos
mejor las proyecciones. El libro es un homenaje lleno de luz, es un compendio
de los préstamos que nos ha legado la literatura, algo que, a fin de cuentas, también
nos ha construido, también forma parte de lo que somos, al menos forma parte de
esa región humana en la que se identifica el objetivo de la vida: vivirla con
ciertas garantías de no limitarse a sobrevivir. Para ello el hombre ideó las
artes, la literatura, la creatividad. Para ello el hombre descubrió que se
reconocía mejor en unos paisajes que en otros, que existen tantas almas como
lugares. La novela de la Costa Azul
es una bienvenida a lo mejor de la formación de una condición humana que sí, parece
exquisita, pero tal y como la narra Scaraffia, con mucha espuma de los días, está
al alcance de todos.
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