Animales invisibles
Gabi
Martínez
Nórdica
/ Capitán Swing
241
páginas
Este
es el mayor reto entre las actividades que tratan lo inverosímil: demostrar que
algo no existe. Tal vez no hablemos de imposibles ni de improbables. Ni
siquiera de certezas, aun cuando las certezas se imponen con rigor por alguna de
estas razones: o se trata de leyendas, o se trata del ecocidio. Aunque Gabi
Martínez (Barcelona, 1971) plantea que sus animales invisibles, los que darán
pie a sus viajes y a uno de los mejores libros de viaje de los últimos tiempos,
gestan su intriga en diferentes razones, a la hora de la verdad se reducen a
estas dos que, a su vez, son una defensa ecológica, entendiendo que la ecología
solo puede estar unida a la literatura para ser sincera, en una relación
simbiótica. La defensa de los hábitats y las especies pasa no solo por su
físico, su lugar, sus cuerpos, sino también por su cultura. En buena medida, un
pájaro extinto, como el moa, no es menos real que un monstruo que posiblemente
nunca existió, como el yeti. Ambos pertenecen por igual al reino de la
imaginación y, lo que es más serio, al de la imaginación popular, al de la
imaginación compartida. Nada está más vivo que aquello que perdura en la
imaginación, como demuestran los enamorados en cada bocanada de aire.
“En
este libro ningún animal aparece como objetivo, como destino. Su papel es
siempre el de motor y su runrún me ha llevado a descubrir realidades insólitas,
a vivencias que considero lecciones”. Frente al espíritu deportivo con el que
se traman tantos viajes, escondiendo una forma más o menos sofisticada de
turismo, Gabi Martínez se presenta como un aprendiz, como un novato en la rueda
del mundo. Frente a él están los grandes emblemas que son el Picozapato, la Gran
Barrera de Coral, el Yeti, el Moa, el Tigre Coreano y el Danta. Diversos puntos
de la geografía natural y que él pretende vivir como geografía también humana.
Aunque el hombre es, en algún punto de su fondo, un villano en estos relatos. Responsable
de la desaparición de las bestias y de las leyendas, Gabi Martínez mantiene un
conservacionismo abierto, en formación, sujeto a las leyes de la defensa de lo
vivo. Esta idea no se expresa en ningún momento, sino que es sustrato de los fragmentos
de entrevistas, los apuntes de ensayos -alguno metaliterario-, los relatos de
ruta, la reproducción del viaje de otro o la presencia de un fantasma. Aunque
si tuviéramos que resumir su postura, que es más bien una duda, podríamos
referirnos al comentario que uno de sus anfitriones en Corea le suelta a cuenta
de los ideales de reintroducción del tigre en su país: “¿La gente está
preparada para aceptar tigres?”, pregunta: “En un mundo capitalista cada vez
más instalado en las comodidades, donde la diplomacia y el relativismo determinan
gran parte del día a día, la pregunta del profesor planteaba un debate
filosófico”, dice Gabi Martínez. Ahí se resume el tema del libro, que es el
hombre frente a la naturaleza, un poco como el hombre de Friedrich, desconcertado,
caminante frente al mar de nubes, sin respuestas, pero con anhelos.
Gabi
Martínez demuestra que cree en ese hombre, sobre todo si pertenece a un país
extraño o a un país en vías de desarrollo -Sudán, Nueva Zelanda, Venezuela, Australia,
Corea-, pero no en la multitud, en esa masa que llamamos humanidad y que, como
se comenta anteriormente, está sujeta a las maldades de una globalización que
tiende a aniquilar las realidades y las fantasías de las sociedades que han
pensado en estos animales invisibles, que las han cantado y, por tanto, las han
hecho perceptibles, creíbles, reales o realidades. El libro es un homenaje,
pero es también un canto a las pocas razones que nos llevarán a entender un
viaje como algo distinto a una colección de cromos.
“-Existen
muchas cosas que no he visto nunca -dijo el hombre- pero en las que creo. Sería
muy tonto creer que el mundo solo es lo que yo veo”, recoge Gabi Martínez de la
boca de un sudanés que los acompaña en su travesía. Por eso necesitamos la
imaginación, para hacer del mundo un lugar más grande, más completo, más
amable, más acogedor. Esa es la mejor parte de las embajadas de la literatura
de viajes. Animales invisibles es una gran muestra de ello.
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